(3) EL DEMONIO VESTIDO DE AZUL, de Carl Franklin.

THRILLER CON ALMA NEGRA
Carl Franklin retoma la tradición del cine negro clásico, algunos temas y personajes recreados magistralmente por Hawks y Huston en los años 40, en esta adaptación de la novela de Walter Mosley, la que sirve de presentación del protagonista Easy Rawlins, su inicio casual en labores de detective privado y sus características poco comunes: personaje de origen afroamericano, dotado de humanidad y rodeado de una cotidianeidad que lo alejan de la habitual figura monolítica del héroe.
El relato, una intriga tradicional en el género con asesinatos, chantajes y asuntos turbios de política y de sexo, tiene como eje narrativo la búsqueda de la misteriosa y bella Daphne Monet por un excelente Denzel Washington cuyo personaje rememora los hechos mediante una voz en off en primera persona. El demonio vestido de azul no solo relaciona los bajos fondos de la delincuencia y la alta sociedad corrupta de Los Ángeles de forma suficientemente compleja, sino que contextualiza la historia, ubicada en 1948, con anotaciones sociales, desmovilización de los soldados tras la II Guerra Mundial, emigración a California y desempleo, sin olvidar referentes básicos como la discriminación racial y la brutalidad de los métodos policiales.
Easy Rawlins, un mecánico en paro, acepta un encargo aparentemente sencillo que se complica cada vez más y que va dejando un reguero de cadáveres simplemente para poder pagar la hipoteca de una casa reción adquirida, motivación realista que se prolonga en el film mediante una serie de observaciones precisas sobre tipos y ambientes, todo ello servido por unos diálogos concisos y concretos en la mejor tradición del cine negro y por una honesta y austera representación de la violencia que no por intensa cede a la tentación de complacer la agresividad del espectador.
Algún comentario sobre el film le reprocha su condición de “producto retro”, exigiendo que el género debe constituir siempre una crónica de ciertos usos sociales y morales vigentes en la actualidad, pero aun admitiendo la dificultad de hacer realistas y creíbles los decorados, el vestuario y los objetos del pasado, reelaborados ahora como entorno dramático de unos personajes pertenecientes a décadas pretéritas, lo cierto es que el film de Carl Franklin salva el escollo con talento y coherencia.
El demonio vestido de azul es, pues, una película con suficiente interés que cuenta además con la meritoria labor como productor de Jonathan Demme, una eficaz y brillante fotografía de Tak Fujimoto, una cámara ágil cuyos travellings y grúas poseen un enorme poder descriptivo y, básicamente, una rica banda sonora con música de Elmer Bernstein que también incluye piezas de jazz y blues de los años 40 que conforman un clima sonoro perfecto para situar y arropar los acontecimientos.
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