(3) LA CARNAZA, de Bertrand Tavernier.

TODO POR LA PASTA
El libro homónimo de Morgan Sportès está inspirado en un hecho real acaecido en el París de 1984 y su versión fílmica obtuvo el Oso de Oro en el festival de Berlín. Una hermosa muchacha, que hacía de cebo, y dos jóvenes contactaban con gente supuestamente acomodada para robarles y acabaron asesinando a dos de ellos para evitar su identificación tras una serie de torturas dirigidas a obtener información sobre la ubicación del dinero.
No hay en La carnaza un sociologismo facilón, pues los jóvenes pertenecían a familiar relativamente ricas, sin problemas de dinero o de afecto. Son personas normales, sin nada que ver con la delincuencia parbularia ni con la negra marginación. Simplemente cruzan la tenue frontera que conduce al reino del mal impulsados por el mito del éxito rápido y de la riqueza instantánea, dominados por los valores materialistas establecidos por la civilización estadounidense, una omnipresente referencia cultural, social e ideológica que empuja a los protagonistas a cometer primero pequeños hurtos y, rotos ya los referentes éticos, a una inconsciente carrera a través de la violencia y la crueldad.
Un guión excelente y unos decorados realistas contribuyen decisivamente a mostrarnos a una juventud obsesionada con la publicidad, las marcas, el consumismo y la fascinación por lo audiovisual, por lo que no falta quien haya visto en la película la expresión de una metáfora: la belleza y la juventud castigando al orgullo del dinero.
Un ritmo narrativo constantemente acelerado para mostrar el ansia loca de vivir, el vértigo de la existencia; un estilo exquisito de crónica que logra el tono discursivo justo entre el drama y la comedia; el talento y la honestidad como atributos de un Tavernier que nunca se hace cómplice de la violencia, situándola fuera de campo… definen las excelencias de una película realizada huyendo de todo moralismo, efectismo o romanticismo, diríase que con una objetividad documental que evita la cómoda y simplista calificación de buenos y malos. Todo ello mediante el recurso a planos, encuadres y travellings caracterizados por un pudor y por una neutralidad valorativa que deja al espectador libre para calibrar los hechos y sacar sus propias conclusiones.
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