(1) WATERWORLD, de Kevin Reynolds.

EN MEDIO DEL OCÉANO
Aparatoso relato postapocalíptico, protagonizado por Kevin Costner y dirigido por Kevin Reynolds, que ubica la acción en un punto indefinido del océano tras un cataclismo climático que ha derretido los casquetes polares inundando toda la superficie terrestre. Un viajero errante y solitario que vive del trueque llega a un atolón de chatarra y vende tierra a sus moradores, pero cuando éstos descubren que es un híbrido, mitad pez y mitad humano, lo condenan a muerte.
Se trata de una espectacular superproducción hollywoodiense que ha costado la friolera cifra de 200 millones de dólares —alrededor de 24.000 millones de pesetas, que se dice pronto—, ocho meses de problemático rodaje, la enemistad entre actor principal y director, el matrimonio de Costner y un alud de pésimas críticas de la prensa especializada estadounidense.
Pese a todo, he de reconocer que esperaba un fiasco mayor. Es cierto que su engranaje narrativo hace aguas por todas partes, que su argumento peca de excesiva simpleza y que su dilatado metraje acaba alargándose como un día sin pan. No obstante, las andanzas de este mutante incomprendido que trata de eludir su condición de héroe pero que acaba enfrentándose a una banda de criminales que desean encontrar un mapa grabado en la piel de una niña huérfana que les conducirá a la única Tierra emergida de todo el planeta me resulta simpática. Ligera pero entretenida.
Contrapunto estético de la saga Mad Max, con la que comparte su contexto apocalíptico y su adscripción al típico relato de supervivencia, Waterworld posee escenas de acción bien dosificadas y resueltas, la narración no sucumbre al derroche de efectos especiales y los personajes protagonistas —héroe y villano— están más cuidados de lo habitual. Se deja ver.
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