(3) DANZÓN, de María Novaro.

BAILANDO CON CARMELO
El segundo film de María Novaro, realizado en 1991, le reportó a la actriz María Rojo varios premios internacionales y es un drama costumbrista con un guión bien construido en el que no faltan detalles de humor pero que destaca especialmente tanto por sus dotes de observación de una realidad concreta —los hábitos, los mitos, los objetos, los vestidos, los muebles etc. de una clase popular aferrada a sus tradiciones— como por un cierto afán reivindicativo de la libertad e independencia de la mujer en una sociedad profundamente machista como la mexicana.
Julia, la protagonista, una telefonista que tiene una hija adolescente, realizará un viaje a Veracruz en busca de Carmelo, un caballero educado y pulcro que es su experta pareja de baile, aunque acabará en la cama de un joven marinero antes de regresar a su casa. El relato empieza y acaba en uno de esos salones populares de baile, ya pasados de moda, lugar de encuentro de personas maduras que, enlazadas por el rito de la danza, sublimarán sus sentimientos y lograrán olvidar momentáneamente sus miserias cotidianas.
En una película como la presente, poblada por mujeres cuyos actos vienen motivados fundamentalmente por los sentimientos, cobra especial importancia la belleza de unas imágenes que denotan la sensibilidad femenina de su directora, así como la riqueza de una banda sonora musical integrada por canciones y ritmos latinos que van del danzón al bolero, del mambo al son o de la cumbia a la guaracha, verdadero compendio de la educación sentimental de las clases más modestas de la escala social.
Danzón es, pues, una enciclopedia de la subcultura popular mexicana aunque a diferencia de los culebrones, personajes y conflictos aparecen vistos desde una cierta distancia, con expresa voluntad de realismo. El melodrama no significa aquí aceptación resignada del destino cruel sino la posibilidad del triunfo de la voluntad, el deseo de alcanzar la felicidad. El punto de vista de la narración no es tanto la sublimación de las miserias humanas, mediante un fatalismo que lleva a la alienación, sino la captación de la enorme riqueza de tipos humanos retratados con una óptica cordial y generosa.
María Novaro se muestra preocupada por el logro de un cine personal, independiente y nacionalista, reflejo de una cultura autóctona y resistente frente a la dominante y uniformizadora made in USA. De ahí que el viaje de Julia tenga el sentido de la audacia y la independencia frente a la pasividad. Por eso la fantasía es un enriquecimiento personal más que una huida de la realidad: la aventura portuaria de la protagonista y los inefables nombres de los barcos nos remiten a un onirísimo romántico que ya fuera evocado por Concha Piquer en Tatuaje y que Fassbinder retomó en clave homo en su provocativa Querelle (1982).
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.