(2) HISTORIAS DEL KRONEN, de Montxo Armendáriz.

VIVIR A TOPE
La novela de José Ángel Mañas y la película de Montxo Armendáriz, producida por Elías Querejeta, tienen sin duda una intención testimonial, como acredita el inicio de ésta con la amplia panorámica sobre Madrid que realiza una cámara situada en lo alto y con una banda sonora que mezcla los más diversos ruidos y sonidos procedentes de la gran ciudad.
El “Kronen” del título hace referencia a un bar de copas, punto de encuentro de los amigos antes de iniciar sus andanzas nocturnas hasta el amanecer, jóvenes de unos 20 años que no son delincuentes ni tampoco marginales sino hijos de una clase media acomodada, ahora en vacaciones de verano y que dedican sus ratos de ocio a exprimir hasta el límite las posibilidades que les ofrece el conocido lema de “sexo, drogas y rock&roll”.
Los protagonistas forman parte de una generación que no ve en la sociedad un obstáculo para sus aspiraciones, como sucedía por el contrario en Los golfos (1959) de Carlos Saura, sino que la utilizan para vivir en continua diversión, en peremne excitación, con el disfrute de unas sensaciones cuya intensidad anula todo discurso reflexivo. Estudiantes o trabajadores eventuales, mantenidos por la familia, practican un nihilismo que les hace rechazar cualquier norma moral o legal. Mientras otras generaciones predican la necesidad de someterse a una disciplina personal y a unos criterios de conducta dictados por la racionalidad, aquí el único objetivo del personaje interpretado por Juan Diego Botto es vivir a tope, vivir el momento, llegar al borde del abismo con el placer como principal meta.
Mientras en TV sólo se habla de corrupción, los chicos del Kronen han dado un paso adelante respecto a los que poblaban Rebelde sin causa (1955) y de su desarraigo familiar y social ni siquiera tiene la compensación sentimental de las relaciones de amistad o de afecto. Se trata de un individualismo que se dirige ciegamente a un callejón sin salida pero repleto de estímulos que multiplican la intensidad de las sensaciones: alcohol, cocaína, el vértigo de la velocidad, el peligro, el sexo fácil y rápido, las atrocidades sádicas del cine gore, etc.
No se ha intentado reflejar a toda la juventud actual sino sólo a determinados sectores cuya existencia sería necio ignorar. A tal empeño contribuyen decisivamente un plantel de magníficos actores noveles cuyos gestos, lenguaje, atuendo y constumbres aciertan representar con realismo a ese sector juvenil cuyo tratamiento cinematográfico evidencia unas excelentes dotes de observación en Montxo Armendáriz y su equipo.
Pero no todo son aciertos. Conforme avanza el film, el relato se va cargando artificiosamente con una serie de escenas cada vez más efectistas y tremendistas que, sin duda, quieren mostrar el abismo del mal en que, sin freno alguno, va cayendo el protagonista. Se trata de un deslizamiento hacia un desenlace trágico e involuntariamente moralizante cuyo exagerado melodramatismo viene a limitar el alcance testimonial del film. Y nos invade así el recuerdo de aquel inefable Siempre es domingo (1961) en donde una juventud todavía bajo el yugo del franquismo pagaba sus excesos pecaminosos con el peso de la culpa y la expiación.
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