(1) MUJERCITAS, de Gillian Armstrong.

UNIVERSO FEMENINO DECIMONÓNICO
De la popular novela, presuntamente autobiográfica, de Louisa May Alcott ya se habían realizado dos versiones fílmicas, la de George Cukor de 1933 con Katherine Hepburn y la de Mervyn LeRoy en 1949 con Liz Taylor, una y otra sin gran interés cinematográfico y meros vehículos apologéticos de la unidad familiar y el matriarcado, del amor paterno-filial y de las más acrisoladas virtudes de la mujer tradicional y hogareña.
La nueva versión de la realizadora australiana Gillian Armstrong, pese a su cuidada ambientación, fotografía y diálogos, no deja de ser un melodrama exaltador de los eternos sentimientos femeninos, porque a juzgar por las reacciones favorables del público en la sala, el mensaje de la obra debe seguir situado todavía antes en el terreno de la antropología que en el de la ideología, es decir, debe ser estudiado como una crónica de la permanencia de una cultura tradicional antes que como una propuesta de cambio para el futuro.
Se anota, en lo que respecta a guión y realización, que el film intenta una imposible puesta al día limando en lo posible los excesos de folletín lacrimógeno, cursilería, ñoñería, blandenguería, empalago y masoquismo integrantes del original literario. Pero el empeño resulta improductivo porque subsiste su espíritu. Los dramas e idilios de la familia March en el Boston decimonónico, pese al glamour con que se han rodeado, siguen indisolublemente aparejados a lo antiguo y a lo desfasado. No hay mirada moderna, distanciada o lúcida. Sobre todos ellos planea la sombra omnipresente del marido ausente por la guerra, el sentimiento bobalicón, las tareas del hogar como forma de vida y el matrimonio como meta vital. Puro alcanfor.
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