(3) COMER, BEBER, AMAR, de Ang Lee.

RETRATO FAMILIAR EN TORNO A LA MESA
Tras el éxito de El banquete de boda (1993), el cineasta taiwanés Ang Lee repite similares parámetros narrativos y estilísticos en su nuevo film para configurar un emotivo retrato familiar cuyo nexo de unión es el ritual cotidiano de la comida, el lugar y el momento donde afloran todo tipo de sentimientos y comportamientos que afectan a los personajes.
En esta historia el conflicto se manifiesta en el choque entre la tradición, encarnado en la figura del padre —un viejo chef de Taipei— y la modernidad, representada en sus tres hijas, que persiguen lícitamente su emancipación económica y sentimental. Con una mirada atenta a los detalles y a su significación cotidiana, el realizador Ang Lee despliega un pequeño retablo de personajes sobre un andamiaje de comedia de enredo que va desgranando los problemas y contradicciones de una sociedad vistas a través de su célula familiar.
Las principales escenas orbitan, por tanto, en la hora de la comida, donde se describen de un modo cómico y patético las relaciones familiares. Alrededor de la mesa se reúnen padre e hijas y, esporádicamente, una galería de personajes que completan el cuadro social: los novios de éstas y las vecinas. La comida encubre o bien suple una serie de carencias comunicativas y afectivas que determinan el comportamiento de las personas dentro y fuera de la casa.
Las delicias culinarias elaboradas en la película no sólo tienen que ver con una pretensión didáctica de acercar la gastronomía taiwanesa al mundo, sino que conecta con las pasiones que separan o enfrentan a los comensales, ligando de manera original la faceta emocional con los placeres de la mesa. Las carencias afectivas y sexuales, por ejemplo, se ponen de manifiesto en contraposición a la prodigalidad de recetas servidas a diario, una dieta a base de exquisitos platos que contrasta con los desencuentros y sinsabores de una vida frustrante.
Ang Lee logra hacer de la comida el protagonista principal de la película, mostrándonos su minuciosa preparación en los fogones con un montaje paralelo que va encajando los retazos de vida de sus personajes hasta colocarles, finalmente, alrededor de la artística presentación de los manjares en la mesa.
Algunos momentos digresivos, tentados por las facilidades del folletín melodramático o la comedia de situación televisiva, a punto están de torcer el pulso narrativo en determinadas ocasiones, pero al final todo acaba ocupando su sitio alrededor de la mesa preparada con mano experta por el director taiwanés.
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