(2) QUIZ SHOW. EL DILEMA, de Robert Redford.

TODO POR LA AUDIENCIA
El último film dirigido por Robert Redford pertecene a ese “cine social” que aborda la realidad estadounidense desde una óptica liberal, es decir, que no cuestiona el sistema y sus desigualdades e injusticias, sino que se limita a denunciar el funcionamiento anómalo o patológico, las desviaciones, de ese orden democrático.
Se trata en este caso de criticar las aberraciones del llamado “sueño americano”, la búsqueda de la fama y la riqueza a cualquier precio, como se sugiere metafóricamente en la secuencia inicial de la película: la compra de un lujoso coche modelo de 1957, año en que se sitúan los hechos relatados.
Fue efectivamente a finales de los años 50 cuando en Estados Unidos se desató la moda de los concursos televisivos, con audiencias millonarias. Concursantes previamente seleccionados por su aspecto vulgar o por su distinción contestaban preguntas dificilísimas semana tras semana y ganaban miles de dólares y la admiración y la envidia de los televidentes. Pero se descubrió que había truco: las preguntas y respuestas se facilitaban previamente al concursante, quien sólo tenía que ensayar una serie de efectistas gestos teatrales para denotar duda, inseguridad, temor, etc.
La cultura era confundida con la erudición y ambas se convertían en mero espectáculo a beneficio de todos: el concursante que ganaba un premio, el patrocinador que publicitaba sus productos a grandes audiencias, la emisora de TV que atraía publicidad y el público que pasaba un rato distraído. ¿Todos ganaban? Todos excepto la ética, la honradez, la verdad y el juego limpio.
Quiz Show. El dilema cuenta con unos actores excelentes, una banda sonora sugestiva y una cámara funcional cuyas imágenes muestran con gran eficiacia la psicología de los personajes y la evolución de los acontecimientos. Pero esa virtud narrativa, tradicional en el mejor cine USA, lleva aparejada su adscripción a un género, a sus convenciones, para mejor interesar al espectador. Aquí lo que domina es el esquema de intriga y suspense: la investigación del joven abogado de una subcomisión del Congreso, que lucha contra el silencio cómplice de los implicados en el fraude, es lo que permite alargar artificiosamente el relato y dotarlo de escenas con un interés y una emoción reforzados que enganchan al espectador.
El desenlace opta por la denuncia revestida de cinismo: la imagen mantenida del Capitolio de Washington, símbolo de la democracia. Pero no hubo castigo justo para los defraudadores y los pocos afectados volvieron pronto a su trabajo, a su negocio, con nuevos concursos millonarios.
Uno acaba añorando una mayor contundencia en la denuncua de la corrupción. Seguramente Kubrick y Altman, más radicales en su rebeldía, hubieran superado las limitaciones del blando humanismo liberal de Redford.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.