(2) LA REINA MARGOT, de Patrice Chéreau.

CATÓLICOS Y PROTESTANTES
Tras el éxito comercial de las superproducciones francesas Cyrano de Bergerac (1990) y Germinal (1993), el productor Claude Berri decidió abordar un guión de Danièle Thompson y Patrice Chéreau sobre la reina Margarita de Calois y las guerras de religión en la Francia de la segunda mitad del siglo XVI. Al margen de La reina Margot (1954) de Jean Dréville, los guionistas contaron con la inspiración de la novela publicada en 1845 por Alejandro Dumas (padre) y de un libro de Heinrich Mann sobre el tema, teniendo que superar las limitaciones propias de la llamada “novela histórica” de la época romántica, es decir, el convertir la complejidad de intereses y contextos en una serie de anécdotas individuales, especialmente amorosas, donde los sentimientos siempre acaban imponiéndose a las razones de Estado.
En esencia, Patrice Chéreau se enfrentaba al difícil reto de evitar los tópicos del folletín populista pero sin caer en los clichés esteticistas del cine histórico de qualité. No era, pues, fácil combinar las características narrativas de los films de aventuras del drama de amor y de la crónica sociológica sobre el fanatismo religioso, especialmente cuando la película resulta bastante confusa, escasamente didáctica, a la hora de exponer un trasfondo histórico y político complejo y agitado, que puede resumirse así: en el marco de las luchas sangrientas entre católicos y protestantes, la regenta Catalina de Médicis, con ánimo pacificador, concierta la boda entre su hija Margot (católica) y el hugonote Enrique de Navarra, pero el intento fallido de asesinato del hugonote Coligny, un almirante favorito del rey Carlos IX, despierta el temor a represalias entre los católicos, que deciden eliminar a los protestantes. Y así, en la noche de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572, se inicia la matanza de unos 20.000 hugonotes, tres mil de ellos sólo en París.
En este contexto de violencia y crueldad, la reina Margot es presentada como un producto del Renacimiento, como una mujer moderna y moralmente emancipada cuyo apasionado personaje se erige en eje del relato y vehicula un mensaje de tolerancia, pasando de estar del lado de los opresores católicos a la defensa de los oprimidos, merced a su relación amorosa con su esposo y con su amante, ambos protestantes.
El realizador intenta, sin lograrlo plenamente, contrarrestar el esquematismo del planteamiento romántico con una serie de recursos estilísticos y formales discutibles: su obsesión por evitar la discursividad teatral y el decorativismo, así como el excesivo esteticismo de las imágenes, ha impulsado a Chéreau a potenciar al máximo el movimiento de la cámara y de los actores, además de multiplicar el número de los planos y acortar su duración en el montaje, con lo que ha logrado imponer un ritmo narrativo histérico con el que ha creído potenciar la presencia física de los personajes, expresar la vorágine de la existencia y plasmar el sentido apocalíptico de la violencia.
Por eso, a pesar de la indiscutible calidad de los actores y de algunas ideas cromáticas bien fundamentadas, lo cierto es que La reina Margot me ha decepcionado por su aspecto embrollado, por su ritmo atropellado, por la persistencia de cierto tufillo idealista, por algunos diálogos excesivamente literarios y, sobre todo, por la equivocada elección de encuadres inestables, quizá empleados para lograr un “realismo sucio” sin percatarse de que sin unas imágenes sólidas, equilibradas y bien construidas, es muy difícil expresar ideas y emociones.
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