(2) ANGIE, de Martha Coolidge.

RETORNO AL PASADO
Basada en una novela de Avra Wing, Angie destaca especialmente por la presencia de la hermosa y esbelta Geena Davis, sin olvidar una realización brillante que se ajusta a las características más interesantes del cine moderno. El relato de Martha Coolidge seduce por su claridad narrativa y por la sensibilidad con que retrata las situaciones, incluyendo algunos toques feministas en la descripción de la independencia laboral, sentimental y sexual de la protagonista, sin que sea difícil advertir la influencia estilística de aquel “realismo” USA de los años 50 acuñado por el guionista Paddy Chayefsky y por directores como Delbert Mann o Martin Ritt.
Pero lo que más llama la atención del espectador es la modernidad de su estilo narrativo. Diríase que las formulaciones filosóficas de Husser han bajado al nivel de la cultura popular y se han encarnado en un cine más vivo y sutil desde que la Nueva Ola francesa relegara la rigidez del guión, la omnipresencia de los diálogos y la linealidad psicológica de los personajes para entronizar sus contradicciones sentimentales e ideológicas, la aparente irracionalidad de las conductas y la complejidad de los factores espacio-temporales del relato. Angie, en ese sentido, no busca otras esencias que las que surgen de las apariencias y todo es expresado mediante una puesta en escena que se apoya en la descrpción del entorno material de los actores.
Para algunos, sin embargo, el discutible tono melodramático de la última media hora del film, con la atosigante acumulación de desgracias familiares, podría facilitar una lectura reaccionaria del discurso y, así, el desenlace no sería otra cosa que la crónica de la integración en el sistema de una muchacha otrora libre y rebelde. Yo me inclinaría, en cambio, por una interpretación psicoanalítica y moral del viaje de Angie en busca de su madre perdida: su regreso a la infancia, la asunción de un pasado traumático, la catársis que comporta la repetición de la misma historia —el abandono de una hija—, no son sino otros tantos eslabones en la dolorosa marcha hacia la madurez y el hallazgo de la propia identidad personal.
La excelente música de Jerry Goldsmith, con su variedad de registros, no hace otra cosa que realzar lírica y dramáticamente la diversidad de etapas de un itinerario vital y moral en el que el individualismo entendido como suprema libertad se transforma en responsabilidad compartida, susceptible ya de asumir compromisos personales y familiares que incluyan valores como sacrificio, fidelidad y ayuda mutua.
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