(3) DESVÍO AL PARAÍSO, de Gerardo Herrero

PORTERO DE NOCHE
El segundo largometraje dirigido por Gerardo Herrero, productor de films innovadores y arriesgados, es una producción internacional con rodaje en Puerto Rico y dotado de un atractivo look que lo sitúa en la línea de ciertos artesanos del cine independiente USA. Desvío al paraíso puede clasificarse perfectamente como “cine de género”, un thriller en este caso, ya que la utilización de determinadas convenciones narrativas están al servicio de la expresión y la potenciación de emociones: la intriga, el suspense y el terror.
El guión de Santiago Tabernero y Daniel Monzón, la sugestiva música de José Nieto y la fotografía de Alfredo Mayo sirven de base a un relato sólido y coherente con el que destaca especialmente la calidad del elenco actoral, mereciendo especial atención el británico shakespeariano Charles Dance, aquí un psicópata con la suficiente complejidad para que podamos observar en él rasgos de bondad junto a impulsos criminales incontenibles y que logran convertirle en una metáfora del Mal absoluto, como también lo fueron el protagonista de La noche del cazador (1955) o la ballena blanca de Moby Dick (1956).
Se ha dicho que Desvío al paraíso es, en el fondo, una historia de amor imposible, la del adulto a quien le gustan las niñas, un perverso dotado de ambigüedad. Tierno en el fondo pero de imposible redención. El personaje encarnado por Charles Dance es, también, una especie de demiurgo: su profesión polivalente de portero, vigilante y jardinero le permite escarbar en las vidas privadas ajenas e influir decisivamente en la trayectoria de las mismas. Su personaje es, por otro lado, el catalizador que viene a alterar el microcosmos, sólo en apariencia apacible, que representa la colonia de vecinos a donde llega dejando tras de sí un misterioso e inquietante pasado, un grupo de viviendas pobladas por seres solitarios, incomunicados y llenos de frustraciones a los que tanto el director como los propios actores logran dotar de humana complejidad.La película alcanza elevados niveles de violencia y de morbo sexual, que van siendo ofrecidos paulatinamente en pequeñas dosis, pero casi siempre sugeridos de forma elíptica para que sea el espectador quien imagine las situaciones que no ve o que nunca suceden en realidad, sin duda como consecuencia de un ejercicio de autocensura de Gerardo Herrero, temeroso de llegar demasiado lejos, de profanar el tabú y encontrarse con problemas a la hora de la explotación comercial del producto.Por eso, más convencional pero muy brillante en su elaboración, es el desenlace del film, una especie de mascletà donde el sadismo y la violencia estallan en varios frentes y tras la cual el malvado acabará purgando sus culpas. La fascinación se ha consumado y el objetivo ha sido alcanzado.
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