(3) LA SOMBRA DE LA DUDA, de Aline Issermann.

INCESTO
La sombra de la duda es el cuarto largometraje de Aline Issermann, periodista francesa fundadora del diario Libération, realizadora de cortometrajes y videoclips, cuya militancia feminista le ha impulsado a frecuentar en su cine el tema de la dictadura familiar. En esta ocasión ha abordado con valentía un asunto tabú, el incesto, y más concretamente el abuso sexual a menores en el seno familiar, sin que la inexistente voluntad de las víctimas pueda prestar aquí la coartada poética que el delito tenía para los adolescentes en El soplo al corazón (1971) de Louis Malle o en La luna (1979) de Bernardo Bertolucci.
Para no ofrecer un documento descarnado y para captar la atención del público, el relato adopta la estructura narrativa del thriller psicológico, del film de suspense, con la duda planteada y mantenida de los hechos denunciados como verdad o como fruto de la desbordante imaginación de una niña de 12 años supuestamente acosada por su padre. Una intriga que se encargarán de resolver policías, jueces y asistentes sociales sin concesión alguna al morbo, el sentimentalismo, el efectismo o el moralismo. Es decir, todo lo contrario de lo que sucede en los reality shows televisivos donde la presentación de la violencia y el sexo fomenta el voyeurismo del espectador y donde se acaba haciendo apología en vez de denuncia. Por el contrario, en la película no aparecen las imágenes ni los actos potencialmente delictivos. Su ausencia, por tanto, situaría La sombra de la duda en las antípodas del sensacionalismo de otras obras. La finalidad de esta obra, que muestra los distintos aspectos del drama, es alcanzar la objetividad.
Peor lo que hace terrible el film de Issermann no sólo es la gravedad del atentado contra la libertad sexual del menor ni siquiera su condición de hecho oculto y relativamente frecuente, sino la sobriedad de su desarrollo dramático que contrasta con la profunidad y la permanencia del trauma psíquico del niño y, sobre todo, con la fatal cadena que se establece entre víctimas y verdugos: el que sufre la agresión sexual tiende a convertirse, a su vez, en agresor. Y la perversidad del pederasta viene agravada, si cabe, por su mente esquizofrénica: en él se superponen y conviven la normalidad y los impulsos patológicos a modo de dos personalidades totalmente separadas.
La sombra de la duda insiste en los primeros planos de los actores, que se expresan con gran sobriedad de gestos, y la fotografía de Darius Khondji abunda en tonos fríos como corresponde a su carácter de crónica dramática, con unas sombras y unas penumbras que expresan tanto los recovecos atormentados de la psique como la lucha entre la mentira y la verdad que pugna por aflorar. Y la música de Reno Isaac crea un clima sutil de tragedia no exento de cierto lirismo.
Nos encontramos ante un film complejo, nada esquemático, que viene arropado por la precisión psicológica de los personajes y por el recurso a una serie de imágenes oníricas, que contó con el asesoramiento de expertos profesionales en el tema de la protección de la infancia.
Como conclusión, este film-denuncia viene a precisar que la relación sexual con menores nunca es un acto de amor sino una violación de sus cuerpos y de sus mentes, a la vez que proclama la función terapéutica de la verdad: la confesión de los personajes contribuirá sin duda a la toma en conciencia preventiva de los espectadores.
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