(3) IMMACULATE CONCEPTION, de Jamil Dehlavi.

ORIENTE Y OCCIDENTE
Jamil Dehlavi, un cineasta absolutamente cosmopolita tanto por sus orígenes familiares como por formación cultural, realizó estudios de cine en Estados Unidos y en Gran Bretaña, pero sus escasas películas han sido filmadas en Pakistán, aprovechando una serie de exilios y retornos que le permitían los sucesivos gobiernos y climas políticos del país.
Immaculate conception es un riguroso, apasionante y dramático documento sobre el choque entre culturas, naciones, sexos, religiones, razas y clases sociales, muy lejos de esa visión benevolente y bastante paternalista con que contemplaban las relaciones entre blancos e hindúes films como Vinieron las lluvias (1939) de Clarence Brown o Viaje a la India (1984) de David Lean. La anécdota de la pareja anglo-americana estéril que visita un santuario de eunucos para someterse a un rito de fecundidad sirve de base argumental para trazar una metáfora sobre el colonialismo caracterizada por la complejidad y la profundidad de su mirada sobre personajes y conflictos, una óptica que excluye el fácil esquematismo de buenos y malos de una pieza, que acoge el concepto de la mutua y desigual explotación y que termina siendo una lúcida y desgarradora reflexión sobre el destino de los perdedores y de los marginados, en una desigual batalla entre la picaresca de la supervivencia —el Tercer Mundo— y la prepotencia de una Norteamérica tenida como faro del universo y envidiada por todos.
Mientras la relación entre blancos y nativos se mantenga en un nivel superficial la simbiosis podrá funcionar sin excesivos problemas, pero cuando afecte a cuestiones más íntimas y se descubra la farsa —el embarazo no es fruto de un milagro ni existe la “inmaculada concepción”— la dura realidad impondrá sus leyes y cada cual deberá ocupar su sitio, dominante o subordinado, en la escala social.
El contexto pakistaní de 1988 es el marco histórico preciso donde emerge la corrupción económica y la violencia política, mientras es asesinado el presidente del país en un atentado y las viejas tradiciones se resisten a dejar paso al progreso y la modernidad. El cruce y la colisión de religiones vienen a complicar todavía más el rico retrato de moral y de costumbres que el film traza, con el resurgir del fundamentalismo, pero también con esa mística judeo-cristiana de la maternidad cuyos excesos irracionales nos remiten a la alocada Mia Farrow de La semilla del diablo (1968) de Roman Polanski.
Una película realizada con medios limitados pero con gran talento. En ella debe destacarse tanto su seductora belleza formal como la tensión dramática, la emoción apenas contenida, que se desparrama en las secuencias finales. De visión muy recomendable.
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