(3) LO QUE QUEDA DEL DÍA, de James Ivory.

ORDEN Y TRADICIÓN
La producción de Mike Nichols e Ismail Merchant y el guión de la habitual Ruth Prawer Jhbvala, adaptación de una novela de Kazuo Ishiguro —un japonés afincado en Inglaterra en 1960— sirven de base material y literaria para que el exquisito James Ivory haya realizado una de sus mejores películas, una especie de prolongación del universo aristocrático de Regreso a Howards End (1992), con su proverbial buen gusto para orientar a fotógrafos y decoradores, así como su preocupación por los mínimos detalles en la dirección de actores, lo que ha contribuido sin duda a lograr de Anthony Hopkins una interpretación realmente portentosa, con gran riqueza de matices interiores a pesar de su porte externo impasible.
Como estructura narrativa, el film parte del presente —año 1958— y mediante una serie de flashbacks nos retrotrae al final de los años 30, cuando el protagonista era el mayordomo Stevens en la mansión campestre de Lord Darlington. Una vez más, el viaje se erige en metáfora de un doble itinerario: la traslación en el espacio exterior viene a representar y motivar, a la vez, un trayector hacia el interior del personaje mediante los recuerdos. Como en el magistral Bergman de Fresas salvajes (1957).
Más cerca de El último (1924) de F. W. Murnau —el uniforme como equivalente a dignidad y a nivel cualitativo de la función desempeñada— que de El sirviente (1963) de Joseph Losey —la lucha dialéctica entre una clase social ascendente y otra descendente—, Lo que queda del día es la patética historia de la doble alienación de Stevens: como ciudadano “apolítico” que asiste como testigo, de forma totalmente pasiva, a los graves acontecimientos históricos del momento —auge del nazismo, expansionismo alemán, holocausto judío— y como persona individual, enseñado a reprimir sus instintos y emociones —deja escapar a la ama de llaves sin declararle su amor, no asiste a la muerte de su padre—, en una especie de supremo sacrificio personal en aras de su profesión de mayordomo, desempeñada más que con orgullo diríase que con espíritu de vocación sacerdotal.
Stevens, en efecto, al asumir su trabajo asalariado como una excelsa misión, renuncia a su propia identidad para ponerla por completo al servicio de su señor, sin apercibirse de que el antiguo régimen aristocrático se está derrumbando y que las arcaicas formas post-victorianas ya han quedado desfasadas. Los errores políticos y el conflicto militar desembocarán en la subasta de las propiedades del noble caído y muerto en desgracia, una clara metáfora de la caída del Imperio Británico con la llegada de los nuevos amos, los nuevos ricos de los Estados Unidos, que tomarán posesión de la antigua mansión ahora ya con modos y actitudes más “democráticas”.
Película rodada en varios interiores y exteriores naturales, y con el asesoramiento de auténticos mayordomos expertos en los rituales de la nobleza, Lo que queda del día termina con el reencuentro, veinte años después, del mayordomo con la ama de llaves, interpretada por Emma Thompson. La entrevista es fría y breve, sin emoción. Para ella el largo tiempo transcurrido hace ya imposible revivir el pasado, ni profesional ni afectivamente. Es ya demasiado tarde. Y Stevens seguirá con su lema “no saber, no contestar”. Colocada de nuevo su máscara de autodefensa, se aferrará a la dignidad del trabajo bien hecho, aunque su precio sea la soledad y la infelicidad. Ésa es su tragedia.
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