(1) EL ÚLTIMO GRAN HÉROE, de John McTiernan.

INSÓLITA DECONSTRUCCIÓN DEL GÉNERO DE ACCIÓN
El musculoso e impertérrito Arnold Schwarzenegger es, sin duda alguna, uno de los iconos más reconocibles del cine USA de acción, siendo también el más taquillero, encadenando indiscutibles éxitos comerciales —los últimos son Desafío total (1990) y Terminator 2: el juicio final (1991)—. Sin embargo, por servirse de un guión “pseudointelectual”, El último gran héroe puede que sea su primer revés para él y para la productora Columbia.
El error de cálculo ha sido evidente: darle al público habitual de las películas de Schwarzenegger una historia que incluye una serie de rigurosos análisis y sesudas reflexiones sobre el género de acción, la naturaleza del héroe action man, así como la tenue frontera entre realidad y ficción, revelando en un arrebato de insólita sinceridad los principales convencionalismos, tópicos y lugares comunes de una categoría de films cada vez más acartonado y encorsetado por estrechos márgenes de actuación. La consecuencia de esto es la desorientación más completa del público incondicional del actor austríaco, que no logra entender en toda su extensión el significado y la trascendencia del relato.
Dicho esto, lo que propone El último gran héroe no es algo novedoso en el cine, siendo demasiado próxima en planteamiento La rosa púrpura del Cairo (1985) de Woody Allen. Así, que el niño entre en una sala de cine para ver la última entrega fílmica de su héroe favorito Jack Slater y que éste se introduzca en la realidad neoyorkina como persona de carne y hueso y, por tanto, vulnerable a la muerte y al dolor, no es más que un ejercicio inteletualoide con el que Schwarzenegger pretende redimirse culturalmente y justificar la desaforada violencia de su filmografía. El mensaje, resumiento, es que la violencia fílmica no es más que ficción, pero no lo es la violencia real. Elemental, querido Watson.
Las “elevadas” pretensiones de los guionistas Shane Black y David Arnott les llevan al delirio de establecer una comparación entre la violencia del Hamlet Shakespeariano y la de Jack Slater. Además, como el colmo del cultismo, sacan de la pantalla de un cine donde se está proyectando El séptimo sello (1957) de Bergman, al personaje de la muerte, paseándose por Nueva York apra llevarse consigo al mortalmente herido protagonista.
A pesar de ello, la primera parte de la película es previsible y reiterativa, sucediéndose una serie interminable de escenas de acción con peleas, persecuciones, tiroteos y explosiones de lo más trillada.
El resultado es que El último gran héroe es demasiado “profunda” para los fans de Schwarzenegger y bastante ridícula para el espectador más exigente. Por no decantarse por ningún tipo de público, no satisfará a nadie.
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