(1) DANIEL EL TRAVIESO, de Nick Castle.

SUCESIÓN DE GAMBERRADAS
La literatura y el cine nos han mostado una serie de famosos personajes “traviesos” —Tom Sawyer, Huckleberry Fin, Guillermo Brown, etc.— cuyas aventuras domésticas suponían peligros para ellos mismos y molestias para los demás que, sin llegar a la delincuencia, representaban una alteración del orden cotidiano, familiar y social establecido. El carácter impetuoso e irreflexivo, nunca malvado, de los pequeños protagonistas evidenciaba, en todo caso, un insuficiente proceso de “socialización” de los menores, una falta de respeto a las más elementales normas de convivencia.
Daniel el travieso se hizo famoso como personaje de unas tiras dibujadas de Hank Ketchman, que reproducían las peripecias de su propia familia, y se convirtió luego en un serial televisivo antes de que el productor y guionista John Hughes y el realizador Nick Castle, de mediocre carrera profesional ambos, decidieran convertirlo en película disponiendo de un amplio presupuesto económico y de un sólido reparto en el que destacan el cascarrabias Walter Matthau y Joan Plowright además del niño protagonista, elegido entre cientos de candidatos al papel.
Mediante secuencias cortas que narran las diversas travesuras y con una cuidada puesta en escena que incluye multitud de efectos especiales y planos de cámara subjetiva, Daniel el travieso constituye un espectáculo ameno y simpático, con un joven de talante destructor que contrasta con otros niños que se limitan a recrear, caricaturizado, el mundo de los adultos.
Pero lo que fastidia toda la película es su espíritu amable y conformista en el fondo, que se evidencia en ese barrio de ensueño donde habita Daniel y en esas casas maravillosas que acogen a jubilados de clase media y a jóvenes matrimonios. Y qué decir del vagabundo ladrón, guarro y fumador empedernido, prototipo de “malo” que aquí viene a fastidiar la paz idílica de una comunidad no menos idealizada, aunque se intenta suavizar su terrorífica presencia con algunas dosis de humor. Se trata de una larga escena, poco verosímil, en la que Daniel mete en cintura al delincuente y logra reinstaurar la ley y el orden.
Como se ve, entre Doris Day y Walt Disney, nada que ver con el papel, a veces provocador e incluso perverso, que los niños asumen en otros relatos más rigurosos y menos zalameros. Basta recordar Viento en las velas (1965), de Alexander MacKendrick.
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