(2) MARIDOS Y MUJERES, de Woody Allen.

EL LABERINTO DEL SEXO
Se equivocarán quienes acudan a ver la última película de Woody Allen con la intención de ver reflejadas en ella las más recientes peripecias familiares del cineasta, aunque todo film “de autor” responda en mayor o menos medida a la biografía de su realizador. Y así, Maridos y mujeres reincide en el tema de las conflictivas relaciones de pareja, matrimoniales en este caso, sirviéndose de dos ejemplos paralelos para elaborar una crónica de la vida cotidiana aderezada con numerosas frases brillantes —Dios no juega a los dados con el mundo, juega al escondite— y atravesada por una serie de inteligentes citas y agudas reflexiones de carácter filosófico, literario, cinematográfico y psicoanalítico.
Pero lo que me ha producido cierta decepción ha sido el estilo narrativo utilizado. Woody Allen abandona aquí la admirable serenidad clasicista de Manhattan (1979) y de Delitos y faltas (1989) para recurrir a la filmación mediante una nerviosa cámara a mano que propicia planos de larga duración, barridos y travellings, encuadres desequilibrados y toda una manera de entender la planificación y el montaje que nos remite tanto a las osadas innovaciones formales de la nueva ola francesa como al moderno lenguaje directo y entrecortado de los documentos televisivos.
Descartadas la impericia profesional y la limitación presupuestaria como causas de la aparente “imperfección” del film, tendremos que pensar que Woody Allen ha intentado transmitirnos la sensación de un mayor realismo y espontaneidad adoptando el aspecto formal de un psicodrama a través del cual los personajes confiesan al espectador sus más íntimos recovecos psíquicos del modo más directo y natural posible.
Se olvida, sin embargo, que el arte es siempre artificio, que la simple improvisación no es productiva, que la neurosis sólo puede conducir al caos y que en el cine incluso lo falsamente espontáneo requiere un previo proceso de ordenación, de codificación de materiales, si se quiere alcanzar un nivel de rigor dramático satisfactorio. De ahí derivan mis dudas acerca del grado de acierto de Maridos y mujeres, una película que estimo más imperfecta y menos profunda que otras de Allen, aunque su visión sea igualmente recomendable.
El film viene a ser, en todo caso, una especie de recapitulación sobre muchas de sus obras anteriores, con la definitiva constatación de las dificultades de la pareja humana para convivir satisfactoriamente, apresada por las contradicciones insalvables entre los discursos racional, afectivo y sexual; por los conflictos no resueltos entre desos y conductas o por las divergencias abismales entre pensamientos y manifestaciones.
Por ello no sorprende la pesimista conclusión de la película, más propia de un Bergman lúcidamente existencialista, cuando Allen mira a la cámara y se confiesa perplejo, quizá atormentado, ante las veleidades sexuales y la imposible monogamia del varón; ante el inevitable declive del erotismo en la pareja estable y ante la anestesia de la pasión en la larga convivencia. Un problema sin solución con el que hay que resignarse a vivir.
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