(2) EDUARDO II, de Derek Jarman.

“MI REINO POR UN FALO”
El dramaturgo Christopher Marlowe vio estrenada su obra teatral Eduardo II en 1592 y en ella concebía al protagonista como un arquetipo renacentista, moderno, pero ubicado retrospectivamente en el medievo, una época particularmente violenta en la que exaltaba su personal determinación contra las convenciones morales imperantes. Eduardo II reinó durante 20 años, entre 1307 y 1327 y, tras enfrentarse a la nobleza, al clero y al Parlamento, fue destituido y asesinado.
Lo que históricamente fue un conflicto entre poderes, pues el rey concedió a su amigo, probablemente íntimo, el plebeyo Gaveston, toda clase de altos cargos y honores, el cineasta Derek Jarman lo ha convertido en una metáfora sobre el amor homosexual reprimido por los dictados de las “buenas costumbres”. Los abundantes anacronismos, conscientemente asumidos, son el modo con que el realizador británico busca la intermporalidad de su propuesta: un manifiesto a favor de la opción homosexual frente a una sociedad intolerante y puritana. De esta forma, la guerra civil del siglo XIV es reconvertida visualmente en una manifestación de gays y lesbianas atacados por fuerzas policiales antidisturbios y finalmente diezmados.
Unos diálogos de gran belleza que preludian la grandeza poética de las metáforas shakespearianas y unas imágenes que denotan el refinado gusto de un Jarman con tentaciones decorativas esteticistas, sirven de vehículo expresivo a esta particular interpretación rosa de la Historia, discutible aunque sugestiva, por la óptica reduccionista con que contempla los acontecimientos del pasado. porque si bien es cierto que Marx olvidó que también el sexo podría ser el motor de la Humanidad, además de la lucha de clases, resulta demasiado simple convertir obsesivamente los “pecados carnales” en medida de todas las cosas.
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