(3) MADAME BOVARY, de Claude Chabrol.

LA FUERZA DE LOS SENTIMIENTOS
Gustave Flaubert publicó su novela Madame Bovary en 1857, inspirándose en un caso real divulgado por la prensa, aunque gran parte de su obra es en realidad autobiográfica. Frente al Romanticismo ya declinante, la novela abrió el camino al Naturalismo con el recurso metodológico de la objetividad y el realismo, uniendo en su caso la belleza de la expresión literaria con la precisión descriptiva en una muestra del perfeccionismo estilístico del escritor francés.
Flaubert fue procesado, acusado de inmoralidad, tras publicar Madame Bovary, pues la sociedad de la época no podía permitir hipócritamente la representación del adulterio de una mujer, esposa y madre, cuya honestidad se ponía fuera de toda duda. El realidad, muchos matrimonios como el descrito por el novelista obedecían antes al interés material que al amor y lo que aquí se aborda es precisamente el drama de la protagonista, Emma, una campesina que con una boda ventajosa logra escalar su posición social pero cuya ambición la lleva a contraer deudas que la abocarán a la ruina y al suicidio. Paralelamente a este afán desmedido por el dinero y el lujo que la conducen a la tragedia, el otro polo narrativo fundametnal es la importancia de la búsqueda de la felicidad a través de una libertad de sentimientos que no está al alcance de una mujer atada conyugalmente a un hombre al que no ama.
De Madame Bovary se han realizado numerosas adaptaciones cinematográficas —Renoir, lamprecht, Schlieger, Minnelli, J. Scott, etc.— y Chabrol se sintió tentado por el material literario de primera calidad, fácilmente trasladable al cine por sus características narrativas, que además abordaba temas que le eran gratos: la situación subordinada de la mujer, la mezquindad moral de la burguesía, el poder corruptor del dinero, etc.
Y así, la ambientación está muy cuidada, la narración es lineal y directa, los diálogos son fieles al original y abundan los detalles de tipo social como el contraste entre el desarrollo científico y el conformismo religioso o la marginación y la miseria de las clases más desfavorecidas.
Pero aun siendo correcta y meritoria esta versión chabroliana, se echa de menos una mayor profundización en la historia, un mayor engarce entre el afán de Emma por ascender socialmente y su deseo de liberarse sentimental y sexualmente, una contradicción insalvable que no puede sino llevarle al fracaso. Contradicción que se materializa, básicamente, en el choque freudiano entre principio de placer y sentido de realidad que en la película no está potenciado como debiera.
En Madame Bovary, sobre todo a partir de la huida de su primer amante, da la impresión de que la anécdota argumental no siempre está trascendida, y que el costumbrismo o el melodrama como fórmulas expresivas impiden llegar a lo esencial del drama, a esa puesta al desnudo de la condición humana intemporal que convertía en obras maestras a algunos títulos de Losey o de Bergman.
Pese a los reparos, justo es reconocer que hay al menos dos secuencias magistrales: el intento de confesión de una Emma angustiada ante un cura que sólo entiende de sufrimientos físicos por hambre o frío, y la escena del tópico discurso del alcalde montado en paralelo con el primer encuentro de los amantes en la habitación.
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