(2) INDOCHINA, de Régis Wargnier.

EL FINAL DE UN IMPERIO
Probablemente el éxito de El último emperador (1987) de Bertolucci y de El amante (1992) de Jean-Jacques Annaud han puesto de moda el mundo oriental y han hecho posible la producción de un film como Indochina, realizado con abundantes medios materiales y financieros compartiendo varios aspectos con los títulos antes mencionados.
Lamentablemente, ni el sentido de la Historia del cineasta italiano ni la delicadeza del realizador francés se pueden contemplar en el film de Régis Wargnier, un relato-río de 155 minutos de duración que abarca un período de 25 años y cuya dispersión temporal le hace caer en el anecdotismo y hasta rozar lo convencional.
Esta falta de rigor dramático se extiende también al punto de vista narrativo: la voz en off de la protagonista parece indicar que es Catherine Deneuve quien recuerda los hechos del pasado, pero en ocasiones es su hija adoptiva quien se convierte en el eje vertebrador de algunas secuencias, e incluso hay momentos en que parece dominar el relato en tercera persona.
La película arranca en el año 1930 y viene a ser como un canto del cisne ante el ocaso de la colonización francesa de Indochina, con una acentuada carga nostálgica ante el final de un imperio caracterizado por la pérdida de las propiedades y por la insumisión de los nativos, sin alcanzar los niveles de reflexión moral e ideológica que había en el Bertolucci de Antes de la revolución (1964), aquellos tiempos dominados por la placidez y la felicidad pequeñoburguesa.
Indochina pretende ser, pues, la crónica objetiva del choque entre dos culturas, dos razas y dos pueblos —el francés colonizador y el vietnamita colonizado—, pero pese a la presencia anecdótica de abusos, torturas y crueldades, se trata de una crónica sesgada por un punto de vista eurocentrista, blanco y explotador. Los complejos mecanismos de la Historia son reducidos aquí a lineales historias de amor y las cuestiones económicas se convierten en conflictos de sentimientos. Lo político es excesivamente esquematizado con la referencia a comunistas y nacionalistas que van provocando revueltas más por fanatismo y por ganas de fastidiar al colono y al mandarín colaboracionista que por unas razones ideológicas de peso.
La clave nos la da el final de la película: la partición de Vietnam en dos naciones, en virtud de los Acuerdos de Ginebra (21 de julio de 1954), supone al mismo tiempo la ruptura defnitiva de la familia con la madre roja separada de su hijo medio francés, al que prácticamente ha abandonado, y como diría el poeta, sólo nos queda la nostalgia. Catherine Deneuve mirando el lago de espaldas y con el zapato en sus manos.
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