(3) SOMBRAS Y NIEBLA, de Woody Allen.

HOMENAJES DE CINÉFILO
La nueva película de Woody Allen, por su rareza y originalidad, sólo es concebible en una industria cinematográfica tan conservadora como la estadounidense, si pensamos en el enome prestigio e independencia alcanazados por el actor, guionista y realizador. Un respaldo de crítica y de público, especialmente en Europa, que le ha permitido recurrir de nuevo al inusual formato de blanco y negro, a la presencia fugaz de actores y actrices cotizadísimos, a una puesta en escena insólita y a una escenografía capaz de crear unas atmósferas asfixiantes y angustiosas.
De hecho, Woody Allen ha realizado un film de arte y ensayo, aunque nunca pedante, sin duda impulsado por su condición de cinéfilo impenitente: una película fácilmente emparentada con las propuestas estéticas y temáticas del Expresionismo y del cine social alemán de los años 30, a través de innumerables homenajes, citas y referencias a cineastas y a filmografías tan diversas como Lang, Bergman, Welles, Polanski, Fellini… sin renunciar al dúo Brecht-Weill y su obra teatral La ópera de los tres centavos (1928).
Sombras y niebla es, pues, una síntesis hábil y llena de talento de múltiples influencias fílmicas y culturales. Pero no se trata de una simple copia sino de un trabajo personal, ya que el cineasta ha sabido crear un relato con unas coordenadas espacio-temporales oníricas o irreales que nos remiten tanto al ya clásico universo kafkiano como el típico cine de su autor, cuyas características respeta por completo.
Woody Allen es, una vez más, el genuino antihéroe —tímido, pícaro, fracasado, inseguro, etc.— colocado en una situación límite, y en su discurso metafórico vuelven a aflorar sus eternas disquisiciones sobre Dios y la muerte, el sexo y la pareja, la inteligencia y el arte… sin que olvide tampoco una cierta dimensión social al aparecer, como protagonista involuntario, perplejo y desorientado, sumido en medio del caos, la violencia y la arbitrariedad.
Sombras y niebla, donde se mezclan magistralmente el humor y el papetismo, es un film tremendamente original y de indiscutible interés. Aunque quizá uno prefiera la obra de los maestros citados aquí con devoción y disfrute más con la genuina cultura pop USA que rezuman títulos como La rosa púrpura de El Cairo (1985) o Días de radio (1987). Pero lujos como éste sólo se los puede permitir Woody Allen. Y uno se lo agradece y lo goza.
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