(2) LA CARNE, de Marco Ferreri.

LA GUERRA DE LOS SEXOS
La última película de este enfant terrible, anarquista vital y filósofo apocalíptico que es Marco Ferreri vuelve a incidir, casi obsesivamente, en el tema de las conflictivas relaciones entre hombre y mujer, mediante un relato con abudnantes elementos no naturalistas, una especie de fábula moderna donde lo cotidiano y lo simbólico se entremezclan con ayuda de imágenes y de situaciones de carácter irreal y onírico.
Una vez más, la incomunicación entre el universo masculino y el femenino, dos mundos aparentemente irreconciliables condenados al canibalismo, a una relación destructiva, a un devorarse mutuamente, ya que el amor y la pasión nunca conducirán a una verdadera compenetración personal sino antes bien al hastío y a la violencia.
Este discurso pesimista lo sustenta Ferreri en las peripecias de un macho tradicional, aferrado a vivencias y a creencias ya periclitadas como la religión, la familia y la ideología política; un macho que sólo cuenta con la única fuerza de su falo, una fuerza que descubrirá limitada, frente a una nueva mujer emergente, espléndida de cuerpo, liberada de espíritu, y superviviente en el caos gracias a su hermanamiento con la Naturaleza a través de la maternidad. El desenlace: la tragedia del hombre que ha naufragado en su papel ancestral, que no sabe cómo evolucionar y que acaba destruyendo lo que ya no puede poseer.
Pero una cosa es que uno esté o no de acuerdo con los análisis y conclusiones de Ferreri y otra la valoración del trabajo fílmico realizado. Y de he decir que La carne me parece una de las menos afortunadas obras del cineasta milanés, opinión a la que sin duda ha contribuido un mediocre doblaje al castellano. Aquí aparece en toda su evidencia la tosquedad y la elementalidad del estilo ferreriano, ese confusionismo y hermetismo de un discurso que es consecuencia de la pobreza de la puesta en escena, de la simpleza en la planificación, de la torpe dirección de actores y de la ignorancia absoluta de lo que es y para qué sirve el ritmo.
En estas circunstancias, las intenciones de Ferreri —que han de leerse en declaraciones suyas para ser comprendidas adecuadamente— no llegan al espectador con claridad y en una cuestión tan compleja y debatida como es la relación actual entre hombres y mujeres, la falta de matices psicológicos, la insuficiencia del rigor sociológico e incluso la ausencia de erotismo, sólo conducen al cinéfilo a la sensación de haber asistido a la proyección de un film interesante a priori pero fallido en la práctica.
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