(1) EL REY PESCADOR, de Terry Gilliam.

PÉRDIDAS Y SOLEDADES
Se repite con El rey pescador el caso paradigmático de films como Bailando con lobos (1990) o Thelma y Louise (1991), productos aparatosos y muy costosos, aureolados de qualité y de prestigio artístico, que logran engañar al público e incluso a algunos críticos especializados pese a tratarse de películas superficiales o falsas que hacen bueno aquello de mucho ruido y pocas nueces.
Terry Gilliam, que demuestra tener tanta ambición como falta de verdadero talento, pretende lanzar un mensaje de tipo moral y social bajo formas poéticas: dos vagabundos unen sus andanzas en Nueva York, uno de ellos un profesor universitario de literatura traumatizado por la muerte violenta de su esposa a manos de un loco asesino; el otro un locutor radiofónico de éxito destruido por un sentimiento de culpa tras provocar con sus mensajes inconformistas el crimen anterior. Y Gilliam echa mano para ello de mitos fantásticos como el Santo Grial, de barroquismo formal, de gotitas de metafísica, de una vaga apelación a la solidaridad humana, de un cierto elogio de la locura y hace con todo ello una indisimulada oda a la marginación frente a una sociedad tecnocrática, egoísta y hostil.
Pero el relato resulta alargado artificiosamente, las secuencias se estiran sin justificación dramática alguna, hay un regodeo palpable en una planificación histérica y en una escenografía efectista, los actores sobreactúan y la puesta en escena aparece desequilibrada entre los fuegos de artificio de las formas expresivas y la pobreza o banalidad de su contenido.
Al final queda como balance un humanismo ingenuo y tontorrón, un regusto a romanticismo curso con forzado final feliz y, parafraseando a Marx, una poética de la miseria que sólo evidencia la miseria de la poesía.
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