(2) BELTENEBROS, de Pilar Miró.

BRUMAS DE TRAICIÓN
La novela de Antonio Muñoz Molina, convertida en guión por Mario Camus, Juan Antonio Porto y Pilar Miró, ha dado origen a una ambiciosa producción internacional de Andrés Vicente Gómez, con buenos actores británicos —el veterano Terence Stamp y la atractiva Patsy Kensit— y con rodaje en España, Inglaterra y Polonia.
El resultado es un thriller político, estructurado mediante flashbacks plenamente justificados que relacionan dramáticamente dos situaciones paralelas, ubicadas en el Madrid de 1947 y 1962 respectivamente, con una banda sonora de José Nieto y una fotografía de Javier Aguirresarobe que, con su carácter tenebrista, describen adecuadamente el clima de miedo y de represión de aquellos años de férrea dictadura franquista.
Pero en Beltenebros se conjugan mal las existencias de un cine de género atractivo para la taquilla con la voluntad de relato realista sobre la postguerra española, que pretende mostrar la militancia clandestina de comunistas en el interior del país, la progresiva debilidad de la resistencia antifranquista, las torturas y las delaciones, las dudas éticas sobre el asesino de traidores, etc.
Pilar Miró, con una dirección no caracterizada precisamente por la sutileza ni por los matices sentimentales o de humor, apenas logra sortear convincentemente la barrera que separa las convenciones narrativas de un realismo “documental” adecuado para retratar las miserias materiales y morales de unos tiempos terribles incluso para la mera supervivencia. En suma, nos encontramos con el problema de la verosimilitud de una trama que debe ser coherente con el contexto de la época sin olvidar, al mismo tiempo, las necesidades de un relato de ficción que logre cautivar al espectador.
Y en el aspecto apuntado, caben serias dudas acerca de la pertinencia del agente secreto británico, impasible y eficaz, experto en eliminar traidores; resulta poco creíble el desinteresado amor de la hermana cabaretera por el perseguido y gris militante del PCE; y hay un exceso de efectismo en la mabusiana secuencia donde se desvela la identidad del sádico comisario de policía.
En el fondo, la gran contradicción quizá no resida en la presencia de abundantes elementos foráneos en un film que debería haber sido menos cosmopolita y más cutre, más acorde con la España del momento. Claro que en este caso los resultados de taquilla hubieran sido menos satisfactorios.
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