(4) EL HOMBRE QUE PERDIÓ SU SOMBRA, de Alain Tanner.

EL SENTIDO DE LA VIDA
El propio Alain Tanner parece identificarse con Paul, el protagonista, para expresar la crisis existencial e ideológica que afecta al ciudadano europeo —en principio próspero, culto y sano— en este fin de siglo. Y toma prestada la frase de Baudrillard para reflexionar sobre el naufragio que representa la mera acción sin una idea que la oriente y justifique, algo así como un hombre que hubiera perdido su sombra. El triunfo del pragmatismo sobre los ideales.
Tanner se limita a mostrar pero no da soluciones. Sumido en su pesimismo vital, a lo más que se atreve es a materializar su profunda melancolía trasladándose a un Sur —el cabo de Gata, en Almería— donde aún se siente fascinado por las raíces supervivientes de una pureza y una autenticidad que aquí se concretan en la entrañable humanidad y elemental sabiduría del viejo militante del Partido Comunista y en una forma de vida primitiva y lúdica —el bar, la tertulia, las cartas, el vino, las canciones populares— perdida definitivamente en la Europa del desarrollo y del bienestar.
El mismo realizador ha declarado que hace un cine de mirada, no de participación. Con ello viene a señalar el distanciamiento con que observa a personajes y situaciones, gracias a un proceso de elaboración formal muy racionalizado mediante el cual calcula meticulosamente la planificación y el montaje en un momento anterior al rodaje. El sonido directo, los planos de larga duración, los travellings y las amplias panorámicas, los tiempos dramáticamente muertos, los silencios, el fuera de plano, la importancia de los escenarios vacíos sobre los que se prolonga significativamente su mirada unos segundos al final del plano, nos permiten adivinar a un Tanner que se debate entre la nostalgia y la desesperación, entre la tristeza frente a los restos de un paraíso perdido y la constatación de la propia desolación interior.
En este sentido muchas películas del director suizo conectan con el Antonioni de la llamada Trilogía de la Incomunicación de los primeros años 60 —La aventura (1960), La noche (1961) y El eclipse (1962)—, donde la deshumanización de la sociedad y la cosificación de las personas irían aparejadas a la consagración de un capitalismo avanzado que entronizó el consumo de objetos, relegó el valor de los sentimientos y privilegió el concepto del “tener” sobre el de “ser”.
El hombre que perdió su sombra es un film entrañable y riguroso. Se trata de una crónica de los tiempos actuales con la que no es difícil sentirse identificado y carece de concesiones a la fácil espectacularidad o a la frívola evasión. De visión muy recomendable.
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