(1) EL GRAN HALCÓN, de Michael Lehmann.

LADRÓN DE GUANTE BLANCO
El presente film, masivamente promocionado y llamado a ser un éxito comercial, me ha recordado aquellas parodias de espías que proliferaron en los años 60 tras el boom taquillero de la saga James Bond. Aquí se trata de unos ladrones expertos forzados por unos malvados a robar obras de arte valiosísimas y especialmente un artilugio inventado por Leonardo da Vinci para convertir el plomo en oro.
Se nota que se han gastado una millonada en efectos especiales, maquetas y decorados, por lo que el posible talento puesto en juego únicamente cabe atribuirlo a los productores y a los técnicos, preocupados exclusivamente en conseguir un gran espectáculo mediante un ritmo narrativo neurótico y un despliegue desmesurado de persecuciones y de fuegos de artificio.
El problema de este tipo de películas, planteadas en clave de comedia desmadrada, reside en que todo resulta tan convencional e inverosímil que es imposible alcanzar un convincente efecto satírico o desmitificador, quedando únicamente en evidencia los numeritos circenses del “más difícil todavía” dirigidos a impresionar a esa mayoría de espectadores que buscan sólo “distraerse” aunque sea al precio de minusvalorar su propia capacidad mental.
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