(3) NOCHE DE VERANO EN LA CIUDAD, de Michel Deville.

LOS JUEGOS DEL AMOR
El realizador francés de La lectora (1988) ha vuelto a demostrar su gran inteligencia en un nueva película que viene a evidenciar los planteamientos preponderantemente culturales de un sector del cine europeo, lamentablemente minoritario, que sobrevive a duras penas arrinconado por las todopoderosas multinacionales del cine estadounidense.
Solamente con un actor y una actriz, unos diálogos de complejos matices y una cámara funcional que se limita a ser testigo imparcial del encuentro de la pareja y que sólo se permite algunos insertos de manos, pies y rostros, unos gestos significativos, Deville logra llevar a cabo un delicado análisis de las relaciones entre un joven y una muchacha que tienen su primer encuentro sexual, profundizando en sus psicologías siguiendo el método fenomenológico tan caro a Eric Rohmer y que consiste en contemplar desde fuera unas conductas cotidianas y utilizar diálogo para definir a los personajes a través de sus sentimientos, recuerdos y reflexiones.
Lo que sorprende en Noche de verano en la ciudad es su cualidad de “cine literario”, que aquí no equivale a artificioso o pedante, sino que alude a su peculiar forma de elaboración, a una estructura narrativa basada en la unidad espacio-temporal y en la privilegiada función expresiva concedida a las palabras. Pero si esto fuera poco, el film se sitúa en una galaxia cultural alejada años luz de nuestro contexto conceptual y moral al presentar completamente desnudos a los actores-personajes durante la mayor parte del relato, con una lógica y una naturalidad “subversiva” que viene a romper el sentido tradicional del erotismo para acabar vistiendo paulatinamente los cuerpos conforme se va acercando el final.
El film recoge, pues, ese momento crítico en que una primera relación amorosa se debate entre quedar limitada a una simple aventura pasajera y la posibilidad de consolidarse en el futuro. La presencia de una mujer como autora del guión, Rosalinde Deville, permite enriquecer desde un punto de vista femenino los postulados habitualmente machistas de los relatos eróticos, no sólo por la materialización de una sensualidad sutil y a la vez directa, sino fundamentalmente por la constatación fehaciente de la omnipresencia de una “lucha de sexos” derivada de una distinta actitud vital: el hombre como depredador fetichista del cuerpo femenino; la mujer como buscadora de la plenitud afectiva una de cuyas consecuencias es el placer físico.
Noche de verano en la ciudad es, pues, una pequeña enciclopedia sobre las relaciones amorosas de la pareja en donde se complementan o se contradicen elementos como los sentimientos y el sexo, los celos y la soledad, el egoísmo y la entrega, la realidad y la fantasía, los recuerdos y la madurez.
Un film elegante, exquisito, inteligente y encantador que es muestra de un nivel de civilización que por desgracia escasea demasiado.
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