(3) EIJANAIKA (QUÉ MÁS DA), de Shôhei Imamura.

EL FIN DE LA ERA FEUDAL
Sin alcanzar la dimensión lírica de Mizoguchi ni el aliento épico de Kurosawa, el cine de Imamura se revela, sin embargo, como el de un excelente realizador de films que constituyen importantes documentos históricos sobre el Japón de los últimos tiempos. Y así, Eijanaika (Qué más da) (1981) constituye un amplio y variado fresco social sobre las convulsiones económicas y políticas que marcaron el fin de la era feudal y el cominezo de la era Meijí (1868-1912), caracterizada por la cesión de poderes de los nobles al emperador en una especie de modernización del país a imitación de los sistemas vigentes en Occidente.
En un agitado, complejo y confuso panorama poblado por nobles y samiráis en decadencia, comerciantes sin escrúpulos, bandidos, feriantes, campesinos y prostitutas, pero dominado esencialmente por el enfrentamiento entre dos clanes familiares, los Choshu (Ejército) y los Satsuma (Marina), el film de Imamura centra su atención en los avatares y sufrimientos del pueblo llano, explotado, manipulado y oprimido por los poderosos, cuyas ansias de libertad y de supervivencia le permiten resistir todas las adversidades. En este sentido cabe destacar la utilización de colores brillantes en la fotografía para denotar el vitalismo popular, capaz de convertir en motor de la historia no sólo las necesidades materiales sino también los impulsos sexuales y la dimensión lúdico-festiva de la existencia.
En Eijanaika (Qué más da) yo destacaría especialmente dos aspectos: por una parte, la gran habilidad de Imamura para combinar y alternar el humor —en clave paródico— y el drama —conflictos humanos y explosiones de violencia—; por otra, la genial utilización expresiva de los planos generales, que ya no son empleados como mera transición narrativa o como simple referencia espacial sino que tienen entidad propia como vehiculadores de una profunda densidad dramática.
Como reparo cabe apuntar, a mi juicio, la excesiva ambición de Imamura; como en Zegen, el señor de los burdeles (1987), el empeño de meter en dos horas y media de metraje una gran cantidad de años, de hechos históricos significativos o un abanico social muy amplio se traduce en una inevitable simplificación y dispersión del discurso, que obliga al espectador curioso a recurrir a la ayuda de un manual de historia para contextualizar adecuadamente los hechos que contemplamos en la pantalla.
Un film de visión muy recomendable.
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