(4) DISTRITO 34: CORRUPCIÓN TOTAL, de Sidney Lumet.

HISTORIA DE DETECTIVES
Alguna vez habrá que hacer Justicia a la generación de cineastas estadounidenses —Martin Ritt, Robert Mulligan, Arthur Penn y Sidney Lumet, principalmente— procedentes de la TV que a partir de la segunda mitad de los años 50 insuflaron en el diezmado cine USA postmaccarthysta no solo una indudable calidad narrativa —guiones sólidamente construidos, rigurosa dirección de actores— sino también un poso de racionalidad y de tolerancia en un terreno industrial y expresivo dominado por los tópicos más sobados, las convenciones más gratificantes y las intransigencias más reaccionarias.
Distrito 34: corrupción total es un relato policial con abundantes elementos de cine “negro” —su similitud con Los sobornados (1953) de Fritz Lang— que viene a retomar las mejores y más características virtudes del género: una implacable disección de un medio geográfico, social y profesional, todos ellos relacionados bajo el signo de la corrupción, en uno de los films más rigurosos y complejos de los últimos años.
Como es habitual en el género, una rutinaria investigación sobre un traficante hispano abatido por un agente irlandés que invoca legítima defensa, será el vehículo narrativo que destapará toda la complicada trama, mientras que el joven fiscal que la realiza se convertirá en pieza clave que va a permitir descubrir las contradicciones, complicidades y ambigüedades que caracterizan a quienes dicen militar en uno u otro lado de la ley.
Lo que asombra de la película es su nula connivencia con la abundante violencia que traspasa el relato, su respetuosa consideración hacia los derechos civiles de los maleantes y su implacable retrato del típico policía ultra, todo ello rehuyendo cualquier esquematismo, explicitando la complejidad psicológica y moral de los personajes y dando cabida a una multitud de factores raciales, ideológicos y económicos que perfilan no sólo a las altas esferas del poder y del dinero sino también al infierno de los ghettos hispanos, italianos y negros que se ganan la vida como pueden.
Un final demoledor, pesimista precisamente por realista, viene a cerrar este film admirable, que sólo apunta difusas soluciones individuales —la honradez personal, la esperanza en el amor— cuando la podredumbre global del sistema impide hacer viables otras conclusiones.
Una realización funcional, unos actores extraordinarios, unos encuadres precisos y un montaje que logra una tensión y un ritmo acordes con las exigencias del género, unos diálogos muy ciudados para definir perfectamente personajes y situaciones, la música de Rubén Blades compuesta para las atmósferas latinas, la ausencia de gratuitos efectismos que algunos confunden con “modernidad” fílmica… hacen de la presente película una de las mejores obras policíacas de los últimos tiempos.
De visión muy recomendable, pues, a pesar de un lamentable doblaje al castellano que traiciona o elude la riqueza de matices sociolingüísticos del inglés original.
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