(1) DESPERTARES, de Penny Marshall.

DOCTOR Y PACIENTE
Mis menguados conocimientos médicos, adquiridos en un cursillo de sanidad militar celebrado el año en que murió Marilyn, no me permiten juzgar si Despertares realiza con acierto y precisión la descripción, diagnóstico y tratamiento de la enfermedad neurocerebral del protagonista (Robert de Niro), al que una afección encefálica sufrida en la infancia dejó sumido en un permanente estado de parálisis y de inconsciencia.
Descartado pues el aspecto científico de la cuestión, me limitaré a señalar que la película es un descarnado melodrama que potencia al máximo la eclosión de los buenos sentimientos y que sublima la práctica de la abnegación frente al sufrimiento humano ajeno.
El film transcurre prácticamente en un hospital psiquiátrico, una especie de asilo para enfermos crónicos e irrecuperables, donde un doctor modelo de virtudes (Robin Williams) lucha por experimentar con drogas que curen o alivien la postración de sus pacientes.
En otras dos ocasiones nos hemos referido a los arbitrarios trucos de guión que permiten los “locos” cuando asumen el punto de vista narrativo. Aquí, el alienado como objeto del discurso fílmico sólo conduce a un sentimentalismo facilón que hace vibrar las fibras sensibles del espectador mientras dura la proyección. A ello contribuyen eficazmente el siempre noble y desinteresado Robin Williams y, sobre todo, los tics, muecas y convulsiones del especialista Robert de Niro.
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