(1) PRETTY WOMAN, de Garry Marshall.

UN CUENTO MODERNO DE HADAS
Improbable e inverosímil romance con happy end entre un tiburón de las finanzas (Richard Gere) y una prostituta ruda e ignorante —pero ingenua y de buen corazón— (Julia Roberts) contextualizado en Beverly Hills, un lujoso barrio de Los Ángeles famoso por las grandes mansiones que acoge y por ser el hogar de los ricos y famosos a la par que de grandes estrellas del cine y la música.
Lo único que merece la pena son sus primeros 45 minutos, que funcionan en clave de comedia a partir de los equívocos y torpezas de la protagonista cuando se introduce en ambientes exclusivos que le son totalmente ajenos. Algunos diálogos son ingeniosos y hay momentos realmente divertidos como la escena del restaurante en la que la meretriz no sabe comportarse con la adecuada corrección y finura en contraposición al resto de personajes, unos snobs abochornados por los vulgares ademanes y expresiones verbales de Vivian. Si el relato hubiese continuado en ese tono, al estilo del cine de Blake Edwards, conduciendo la anécdota a límites cada vez más exagerados, los resultados hubiesen sido más positivos.
Sin embargo, Pretty Woman se desvía por unos derroteros sentimentales previsiblemente falsos y forzados, adquiriendo un tono trascendente que lo aleja de su original sátira costumbrista. El maniqueísmo y el convencionalismo típico hollywoodiense acaban imponiéndose derivando el relato en un cuento moderno de príncipes azules y jóvenes humildes que, gracias a la magia del amor, se convierten en princesas.
Pero lo más rechazable del film es la moraleja final de que ambos protagonistas se redimen por amor. El personaje de Julia Roberts se enamora del alto ejecutivo —cuyo síntoma es que se deja besar en los labios— y decide abandonar su antigua profesión, acabar los estudios y dedicarse a otra cosa. Por su parte, el personaje de Richard Gere, un duro e insensible especulador que se dedica a comprar empresas en bancarrota a bajo precio para luego venderlas tras trocearlas y descapitalizarlas, se humaniza mostrando una inédita sensibilidad y decide no absorber una empresa cuyo viejo propietario le recuerda a su padre.
La sobredosis de edulcorante se produce en un final de opereta: el caballero de la brillante armadura irrumpe en la cutre vivienda de la hermosa damisela aupado en su flamante limusina dispuesto a rescatar a su amor de su mediocre existencia. Es todo tan bonito y resplandeciente que parece una caricatura del género romántico. Pero no, se trata de un producto comercial sustentado en la presencia de famosos actores, unas pocas dosis de erotismo light y la pegadiza canción de Roy Orbison que da título al film. Ejemplo paradigmático de cine como evasión de la frustrante realidad, esta película va a ser un grandísimo éxito. ¿Apostamos?
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