(3) EL TIEMPO DE LOS GITANOS, de Emir Kusturica.

UN MUNDO APARTE
El yugoslavo Emir Kusturica realizó El tiempo de los gitanos en un largo y costoso proceso de producción, nueve meses de rodaje, y ha abordado el mundo marginal de los gitanos sin prejuicios paternalistas de condena o de justificación y recurriendo a muchos actores no profesionales, con diálogos memorizados en caló y en otros idiomas. Por otra parte, ha logrado una mezcla de estilos que van desde la crónica social al melodrama y desde el realismo mágico al documento etnográfico para retratar la peripecia de un grupo racial con mitos y leyendas particulares, con costumbres muy arraigadas, con una fuerte cohesión tribal y con unas ceremonias rituales —bodas, entierros, fiestas— muy específicas y que comportan tanto el uso de su propia lengua y vestidos como la asunción de una serie de valores dominados por una cierta idea anárquica de la libertad individual —rechazo de las leyes e instituciones ajenas—.
En estas condiciones, Kusturica plasma el choque dramático entre dos universos, el tradicional de los gitanos —chabolas, miseria, afectos, fidelidad, respeto— y el de la sociedad paya occidental, que los rechaza por ser diferentes, pero a la que ellos se acercarán para poder prosperar económicamente. El resultado es la marginación social y la corrupción: la delincuencia como única salida y la aparición de unas mafias cuyas rivalidades se saldarán con sangrientas venganzas familiares.
La película nunca alcanza el nivel del planfleto acusatorio contra una sociedad que, con sus valores materialistas, corrompe “el buen salvaje”, pero tampoco cae en el fácil folklorismo y sí que subraya la pérdida de su “pureza” original como causa de todos sus males, la destrucción del amor y de la amistad, en un enfrentamiento que arranca de escenas llenas de lirismo y que desemboca en la más trágica de las violencias.
El film es muy original en su barroquismo y en el mundo fantástico que recrea la imaginación desbordante de Kusturica. En este sentido destacan las secuencias iniciales del ghetto gitano y el universo represivo de los suburbios de Milán. Pero, a mi juicio, pesan bastante los 135 minutos de metraje, con lo que la ampulosidad narrativa del director no encuentra en ocasiones el ritmo adecuado, perdiendo el relato la necesaria coherencia e intensidad dramáticas.
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