(2) MONJAS A LA CARRERA, de Jonathan Lynn.

LÍO EN EL CONVENTO
Jonathan Lynn ya demostró poseer cierto talento, pese a sus limitaciones, cuando realizó El juego de la sospecha (1985). Ahora, con la presencia de dos protagonistas ligados a los Monty Python, Eric Idle y Robbie Coltrane, ha dirigido una comedia disparatada en torno al mundo de los gángsters que si en su argumento nos remite a Con faldas y a lo loco (1959) —dos forajidos deben disfrazarse de monjas para huir de dos peligrosas bandas tras apoderarse de un cuantioso botín— en su tono nos aproxima a Un pez llamado Wanda (1988), emergiendo una ironía y un sarcasmo típico del humor británico.
Monjas a la carrera evidencia no sólo el ingenio de su guionista y actores, que apelan frecuentemente mediante sugerencias a la inteligencia del espectador, sino también una voluntad explícita de sátira corrosiva contra la Iglesia Católica y contra las miserias de un clero cuya idiosincrasia dista ya mucho de la beatitud evangélica con que era contemplado en films como Las campanas de Santa María (1945) y similares. En este sentido, Entre tinieblas (1983) de Pedro Almodóvar coincide en la escasa ejemplaridad del retrato humano, pero sin alcanzar el rigor narrativo de Lynn.
Se trata de una comedia muy divertida, con un ritmo que apenas decae, repleta de gags y persecuciones, que logra sortear la inverosimilitud de su planteamiento mediante una coherencia narrativa que nunca hace concesiones a lo chabacano y cuya comicidad no se basa tanto en las “gracias” de los actores sino en el rigor de los diálogos y las situaciones.
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