(3) UNA CHICA AFORTUNADA, de Mitchell Leisen.

VIVIR ES FÁCIL
Adaptación de una novela de Vera Caspary a cargo del guionista Preston Sturges, que dio lugar a este film estrenado en 1937, que narra las andanzas vitales y sentimentales de una humilde secretaria que un día encuentra en la calle un lujoso abrigo de pieles que un millonario ha arrojado por la ventana mientras discutía con su esposa. Con este abrigo en su poder, la chica comienza a ser tratada de forma muy diferente por la gente, otorgándole todo el crédito posible en hoteles y lujosas tiendas.
La película debe adscribirse a ese género de comedia “enloquecida” o “disparatada” que proliferó en Estados Unidos durante la época de la Gran Depresión y que tuvo sus principales cultivadores en Lubitsch, Cukor, Capra, McCarey y La Cava. Eran comedias protagonizadas por mujeres, precisamente los personajes que provocaban las situaciones conflictivas y cuyo vitalismo en la ficción contrastaba significativamente con el papel subordinado desempeñado por la población femenina en la vida cotidiana.
Y así, la fórmula de este tipo de comedia descansaba en tres elementos fundamentales: el equívoco o malentendido; la acumulación de gags y, evidentemente, el amor en su concepción más romántica e idealista. De la maestría de los realizadores dependía el logro final, según su capacidad para combinar los diversos ingredientes narrativos, darles una coherencia lógica y evita que los convencionalismos resultaran demasiado evidentes.
En Una chica afortunada el esquema funciona bastante bien, aunque predomina la mecánica de la comicidad sobre esa intencionada crítica social que se atisba en un guión amable sólo en apariencia. Una vez más en Sturges, una fábula de ricos y pobres en la que los primeros, paradójicamente, cargan con los problemas económicos y domésticos mientras que los segundos se benefician de la diversión y la felicidad sentimental, en un contexto donde las clases sociales no se fundamentan tanto en la propiedad como en el juego de las apariencias, los roles y las influencias, y donde las fortunas son antes fruto del azar que de un sistema capitalista que, tras el crack del 29, se reputa inseguro o irracional.
Películas como Una chica afortunada, con el millonario convertido en camarero y la trabajadora en paro alojada en un lujoso hotel, no sólo evidencian la capacidad de sus creadores para la ironía y la sátira, sino que conectan con las aspiraciones de una sociedad deprimida del New Deal, tan necesitada de evasión ante la miseria cotidiana como de una moral optimista que le permitiera salir del bache económico que destrozó el Sueño Americano.
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