(2) TIEMPOS DE GLORIA, de Edward Zwick.

SOLDADOS AFROAMERICANOS
Lejos del idealismo romántico de Lo que el viento se llevó (1939) y de la irracional épica militarista de Murieron con las botas puestas (1941), pero sin llegar al feroz realismo de Medalla roja al valor (1951), el film Tiempos de gloria es un relato bélico ambientado en la guerra de Secesión estadounidense (1861-1865). Es la adaptación de una novela pero con la particularidad, además, de estar documentado en las cartas autógrafas que escribió a su madre el protagonista real, un joven coronel de la Unión encargado de comandar el primer regimiento formado por soldados negros y que murió heroicamente en un intento vano de conquistar un fuerte confederado.
La película, que se adivina costosa en medios y en esfuerzo de rodaje, cuenta con una magnífica fotografía de Freddie Francis —con imágenes inspiradas en óleos y grabados de la época—, con la producción ejecutiva de Sydney Pollack y con unos actores convincentes, y tiene el mérito de evitar el maniqueísmo de buenos y malos tan habitual en esta clase de relatos bélicos. Y así, se describe con sucinta precisión la situación de los negros —fugitivos del sur o esclavos liberados del norte—, con su miseria e ignorancia, con sus costumbres y sus culturas propias, destinados en principio a tareas auxiliares en el ejército por prejuicios o desconfianza de los mandos, pero finalmente armados e integrados a la causa antiesclavista. Y, al mismo tiempo, se denuncia la corrupción de algunos oficiales de Intendencia, así como la ejecución de saqueos e incendios de haciendas sudistas totalmente innecesarios.
Sin embargo, este afán de objetividad histórica no es llevado a sus últimas consecuencias. Así aparecem flotando, en plena y cruel guerra civil, vistudes castrenses tradicionales como el patriotismo, el sacrificio, la disciplina y el heroismo, aunque junto a tópicas imágenes apologéticas —desfiles, banderas, himnos— justo es destacar el recurso a una iconografía guerrera poco convencional y mucho más ajustada a la prosaica realidad: esas batallas alejadas de toda concesión retórica al espectáculo y que son más bien escaramuzas atropelladas y sangrientas con disparos a corta distancia y rudos combates cuerpo a cuerpo con bayonetas.
Queda la duda, en definitiva, de si un film bélico se justifica ética e ideológicamente por la dignidad de la causa defendida —en este caso la abolición de la esclavitud, la unidad nacional o la democracia liberal— o si todo el film que no condene explícitamente el militarismo y la guerra y abrace la causa pacifista debe ser rechazado. En este caso, la voluntaria y heroica carga final, con la masacre del reigmiento negro ante el enclave casi inexpugnable, no puede reputarse de otro modo que como un suicidio, quizá tan meritorio moralmente como inútil en cuanto a resultados estratégicos.
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