(4) EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE, de Jack Arnold.

UNA PEQUEÑA JOYA
La presente película es, a mi entender, una pequeña joya del cine fantástico, un clásico imperecedero con guión de Richard Matheson y producida por la Universal a través de su ejecutivo Albert Zugsmith, también responsable de Escrito sobre el viento (1956) de Douglas Sirk y Sed de mal (1958) de Orson Welles.
El relato parte de la normalidad para adentrarse paulatinamente en un mundo de pesadilla cada vez más alucinante. Una nube radiactiva afecta al protagonista y va reduciendo progresivamente su tamaño y peso. De un mundo cotidiano se pasa a un universo amenazante en el que sólo han cambiado las coordenadas espacio-temporales. Es el relativismo de la nueva situación lo que hace peligrosos los animales y pequeños objetos que antes eran inofensivos para el hombre: un gato, una araña, una cerilla, un clavo, etc.
Estamos lejos del modelo dominante de la ciencia-ficción actual, elaborado a base de espectaculares fuegos de artificio. El mundo fantástico que el film de Jack Arnold nos propone se sitúa en un nivel de superior reflexión psicológica, sociológica e incluso filosófica. El cambio de tamaño del sujeto va a determinar una nueva perspectiva del mundo: todo sigue igual para los demás pero muy distinto y problemático para el protagonista. La ampliación desmesurada del escenario acentúa la propia soledad y le evoca una desesperada lucha por la supervivencia, a la que llega tras una etapa de desconcierto y de resignada pasividad. Y paralelamente al cambio físico, una mutación de los sentimientos: la felicidad conyugal no será posible, y el protagonista quedará seducido por la hermosa enana de la barraca de feria.
El increíble hombre menguante (1957) es una película cuyo interés va mucho más allá de sus trucajes —efectos ópticos, maquetas—, e incluso de su condición de alegato antinuclear. Supone una reflexión sobre la relatividad de nuestra relación con el mundo exterior y el condicionamiento físico de nuestros valores internos. Es decir, propone un punto de vista materialista y panteísta, no antropocéntrico, sobre la relación del hombre con el universo. Ahí es nada.
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