(4) ADIÓS, MUCHACHOS, de Louis Malle.

UNA DOLOROSA MIRADA HACIA EL PASADO
Tras una larga estancia profesional en Estados Unidos, Malle regresa a Francia para rodar un film de carácter autobiografíco: su ingreso como interno en un colegio de provincias durante el invierno de 1944, escapando del París ocupado por los alemanes y asediado por las bombas aliadas, y la detención por la Gestapo del director del centro y de tres alumnos judíos allí albergados. Y así, Adiós, muchachos, que evidencia remotas influencias de Cero en conducta (Jean Vigo, 1933) y de Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945), consigue el León de Oro del festival de Venecia y se gana el reconocimiento de la crítica especializada y del público europeo.
La obligada subjetividad del relato —con los recuerdos de la infancia— y la sencillez de guión —una narración cronológicamente lineal— no impiden a Malle el logro de un film de gran rigor dramático y alejado de cualquier tipo de nostalgia idealizadora o simplificadora del pasado. Narrada en tercera persona, salvo la voz en off del final en primera persona, la película supone un admirable ejercicio del clasicismo fílmico que consigue compaginar el distanciamiento con el lirismo y la lucidez con la emoción contenida.
Es destacable la complejidad que el relato contiene tras una apariencia tan simple. Alejado de cualquier fácil maniqueísmo, Adiós, muchachos recrea un invierno de la Francia ocupada en la que no todo el mundo era partidario de la Resistencia, en la que había colaboracionistas pronazis, seguidores de Petain, gente “patriota” y de “orden” cuyas proclamas racistas y reaccionarias parece haber heredado hoy el ultra Le Pen.
De una forma serena y precisa, Malle nos va mostrando el ambiente del colegio y sus alrededores, las incomodidades del frío y de la penuria alimenticia, las actividades cotidianas, retratando discretamente a los alumnos y profesores, para profundizar en los dos jóvenes protagonistas, el burgués Gaspard y el judío Bonnet, en una historia de amistad que se va consolidando y que se trunca repentinamente en un dramático desenlace.
En este marco histórico, el guionista y realizador trasciende lo que pudo haber sido un folletín lacrimógeno mediante una serie de inteligentes observaciones que van desde la actitud humanista de los religiosos —ocultan a los judíos, predican el reparto fraternal de bienes… aunque no transigen en cuestiones de dogma: la comunión negada a Bonnet— a la violencia de ciertas relaciones entre alumnos; o desde los injustos prejuicios de clase entre internos de buena familia y el empleado de cocina, a los apuntes de psicología infantil —lecturas, juegos, travesuras, despertar del erotismo, etc.—.
Incluso los “malos” son retratados con comprensión: la patrulla alemana que rescata a los niños extraviados, el oficial que expulsa del restaurante a los policías franceses o los delatores que, por miedo o venganza, resultan ser la cocinera-enfermera y el muchacho despedido por robar y traficar con la comida, episodio que inspiró también a Malle la historia de su Lacombe Lucien (1974).
En resumen, una obra absolutamente recomendable. No se la pierdan.
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