(1) MALA SANGRE, de Leos Carax.

UNA INDIGESTIÓN DE CITAS
El premio Louis Delluc y el de la crítica de Cahiers du Cinema han terminado de encumbrar al Olimpo de los “autores” cinematográficos importantes a Leos Carax, un joven realizador francés cuyo oficio es antes producto de una indigesta acumulación de horas de cinemateca y de TV que el resultado de una madurez vital, afectiva e ideológica que busca nuevas formas de expresión para una rica personalidad.
La decepción que me ha producido Mala sangre deriva de la sensación de hallarme ante un film confeccionado a base de referencias mal asimiladas, un ejercicio virtuosista de estilo repleto de tics, una colección de citas cinéfilas, literarias y artísticas de dudosa funcionalidad en el relato, en suma, ante una actitud culturalista tan pretenciosa como estéril.
Y así, lo que en Godard fue lenguaje renovador elaborado para expresar unas nuevas realidades, en el inmaduro y pedante Carax se convierte en recetario de fórmulas estéticas vacías de contenido: cine negro sin verdaderos malvados, ciencia-ficción sin elementos técnicos determinates, romanticismo basado en elucubraciones literarias sin idea de lo que son las pasiones reales… en un relato farragoso, de qualité, sin ritmo narrativo, colección de efectos visuales que van desde las caprichosas rupturas espacio-temporales a los insertos que pretenden sugerir el conjunto de la escena mostrando sólo una parte de ella; desde los calculados desenfoques del plano a los diálogos petulantemente conceptuales y filosóficos. ¡Qué lejos queda la madurez y modernidad de los Annaud, Beineix o Niermans!
Leos Carax necesita, seguramente, una mayor dosis de humildad y una más serena reflexión a la hora de abordar la realización de un film, sin pretender decir todo lo que sabe, o cree saber, en sólo 90 minutos. Resultan excesivas sus citas y referencias al cómic Tintin; a los músicos Britten, Prokofiev, Reggiani y Bowie; al cine de Chaplin y Cocteau; etc. Todo ello reconvertido en juegos de artificio formales que olvidan o ignoran la verdadera esencia del relato cinematográfico: la personalidad de un buen cineasta no se evidencia a través de ejercicios de estilo tan brillantes como gratuitos, sino que es resultado de la contemplación madura y reflexiva de las conductas, conflictos, deseos y frustraciones de unos personajes de ficción que, a la postre, no son otra cosa que seres humanos.
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