(1) RÉQUIEM POR LOS QUE VAN A MORIR, de Mike Hodges.

ACOSADO POR EL PASADO
La grandeza del cine estadounidense de los años 30 y 50 se basó en múltiples factores, entre otros: unos sólidos planes de producción, unos guionistas con talento, unos realizadores que elevaron las convenciones del género a categoría de arte y unos actores capaces de dar vida al trabajo de los anteriores. ¿Qué queda hoy de todo aquello? Queda Réquiem por los que van a morir. Es decir, un diseño de producción elaborado por las computadoras de los consejos de administración bancarios, un guión hecho de retales y referencias sin fuerza en personajes o diálogos, una puesta en escena en busca del efectismo más superficialmente gratificador y unas “estrellas” confeccionadas echando mano de un repertorio de tics perfectamente previsibles.
La película de Mike Hodges no es un film político, ni policíaco, ni negro ni gángsters. Es un poco de todo y es nada. El terrorista del IRA arrepentido, acosado por sus excamaradas, por la policía y por una banda de delincuentes, halla refugio final en una iglesia, se redime mediante la confesión ante su párroco y se humaniza con el amor de su sobrina ciega.
Réquiem por los que van a morir, como Las brujas de Eastwick (1987) o El corazón del ángel (1987), es el tipo de cine que prefiere hoy el gran público, el que realmente da dinero en taquilla. Seguramente Huston o Bogart, desde el más allá, lanzarán una blasfemia, echarán otro trago de whisky y compadecerán a los estúpidos cinéfilos de pro que todavía permanecemos en este valle de lágrimas buscando al unicornio en el jardín.
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