(3) CHICAS DE NUEVA YORK, de Lizzie Borden.

UN RIGUROSO DOCUMENTO SOBRE LA PROSTITUCIÓN
Habitualmente, el tema de la prostitución ha sido abordado por el cine desde diferentes puntos de vista poco satisfactorios: el folletín melodramático, que retrata los sufrimientos de las meretrices, o el porno, que muestra a unas profesionales del sexo que disfrutan con sus actividades. Por ello, la sorpresa que produce Chicas de Nueva York son más de agradecer, especialmente al comprobar que el film parece producido por un colectivo feminista progresista, con un equipo artístico y técnico dominado por mujeres, entre las que destaca la guionista y realizadora Lizzie Borden, antigua crítica de cine y montadora cinematográfica.
Y así, sin sublimaciones morales ni coartadas sentimentales, la película es un riguroso documento, aunque en clave de ficción dramática, sobre el “oficio más antiguo del mundo”, entendido como una empresa en la que el burdel es la fábrica, la “madame” es la patrona y las pupilas son ni más ni menos que unas “proletarias del sexo”. Se trata, pues, de un simple negocio en busca del máximo beneficio con un trabajo asalariado en el que no faltan la fatiga, la explotación y el añadido de la humillación.
Se nota una labor previa de documentación exhaustiva y el relato adopta el punto de vista de la protagonista Molly, una lesbiana con estudios superiores, a través de la cual asistimos a un día de trabajo en la casa de citas, un único escenario claustrofóbico que apenas incluye salidas al exterior: diferentes tipos de clientes, tarifas, salarios, aspectos sanitarios, ritos y fantasías sexuales, frigidez y ficción pasional de las chicas, hastío, cansancio y desprecio hacia los visitantes, etc. El móvil económico es la única motivación del ejercicio profesional, con unas protagonistas que separan radicalmente su trabajo en el prostíbulo con su libertad y su dignidad fuera de él.
Este valioso documento sociológico está mostrado con una puesta en escena funcional, con planos medios que evitan los mecanismos de identificación actor-espectador y con un ritmo preciso consecuencia de un montaje riguroso que da a cada situación la importancia necesaria sin perderse por vericuetos anecdóticos o por explicaciones redundantes.
La óptica narrativa es la del porno blando: el realismo de las escenas sexuales no empaña la elegancia de la presentación de lo más escabroso gracias a elipsis sabiamente utilizadas. Si el porno tradicional se basa en la concepción de la mujer como mero objeto sexual, Chicas de Nueva York pretende su reivindicación como sujeto de una actividad alienante, sólo asumida como mercancía en el mercado de trabajo.
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