(2) LA RUSA, de Mario Camus.

AMOR Y POLÍTICA
Una sobria y correcta adaptación fílmica de la novela de Juan Luis Cebrián, director de El País, a cargo de Mario Camus, un cineasta de probada eficacia artesanal, especialmente en sus versiones de obras literarias, aunque carente de personalidad y de estilo propios, no ya por culpa de su excesiva versatilidad sino por las características de su puesta en escena: academicista, con personajes sin aristas, con relatos sin estructurar en cuanto a ritmo y modulación de las secuencias y escenas alternando los momentos de tensión y de relax, dando a las imágenes un valor sustantivo frente al discurso oral.
Y así, La rusa, que cuenta con unos actores bastante bien dirigidos, una impecable fotografía de Hans Burmann y una sugestiva música de Antón García Abril, constituye paradójicamente una crónica lineal de un tema complejo: la crisis vital, sentimental e ideológica de un político conservador en los años de la consolidación democrática española. Aquí encontramos muchas de las cuestiones fundamentales de la última década que el cine español, sin embargo, había “olvidado” abordar: el antiguo luchador antifranquista convertido en tecnócrata al servicio del poder; la pérdida de la rebeldía juvenil; la mala conciencia provocada por la renuncia de principios y valores de antaño; el amor entre personas de distinta u opuesta ideología; la omnipotencia y descontrol de los servicios secretos estatales; el terrorismo de ETA y de las tramas ultras; la “razón de estado” como límite a la libertad individual en la vida privada, etc.
El realizador pasa por encima de estos conflictos como sobre ascuas, como un testigo imparcial en busca de una objetividad alejada de todo apasionamiento distorsionador. En ese sentido, estamos en las antípodas del cine ternurista y plañidero de José Luis Garci, pero en estos casos uno no sabe bien si el distanciamiento es una virtud o un defecto. Quizás lo segundo.
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