(1) EL PECADOR IMPECABLE, de Augusto M. Torres.

UN ESPERPENTO FALLIDO
Ante la adaptación fílmica de la novela de Manuel Hidalgo realizada por Martínez Torres, con la colaboración de Rafael Azcona en el guión, me parece procedente una importante diferenciación teórica entre el esperpento —concepto valleinclanesco, una deformación de la realidad resaltando lúcidamente sus rasgos más significativos— y la caricatura —una esquematización mediante la cual lo complejo queda reducido a lo tópico—. Lamentablemente, la película del amigo M. Torres parece inclinarse más hacia la segunda vía, bastante alejada de las obras maestras que Ferreri, con El pisito (1959) y El cochecito (1960), y Berlanga, con Plácido (1961) y El verdugo (1963) realizaron sobre guiones de Azcona a principios de los años 60, es decir, una época en que los incipientes cambios económicos y culturales de la sociedad española propiciaron todo tipo de desfases y anacronismos, a veces tan dramáticos como divertidos.
Y así, El pecador impecable, que aborda en tono tragicómico los avatares familiares y eróticos de un Alfredo Landa que no acaba de hacernos olvidar sus calzoncillos ozorianos, incide en una realidad social y moral de tipo “residual” —un Madrid de los años 80 con negocio anticuado, lutos rigurosos, mujeres absorventes, cuarentonas fogosas, capillita de la Virgen, chocolate con picatostes, represiones sexuales, etc.— que diríamos reliquia del pasado si no fuera porque determinados fenómenos sociológicos vienen a demostrarnos su supervivencia más allá de toda lógica histórica.
La cuestión es interesante y hubiera requerido la atención adecuada para explicar la supervivencia de los dinosaurios después del diluvio de la “modernidad”, pero la película se decanta hacia lo anecdótico, lo gracioso y lo paradógico sin profundizar en lo esencial, a pesar de contar con excelentes actores, una planificación y movimientos de cámara muy seguros y funcionales, y unas cuantas situaciones repletas de posibilidades satíricas.
¿Qué ha fallado, pues? Desconociendo la novela de Hidalgo, apuntaré que la sensación de encontrarnos ante una obra fallida puede deberse tanto a una dirección de actores equivocada como a la preponderancia de las particulares obsesiones de Azcona —mamá muerta, misoginia, sexualidad cutre, represión sexual— y el apresurado corte de las secuencias cuando las situaciones empiezan a mostrar sus posibilidades expresivas.
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