(2) DEL AMOR Y DEL DESEO, de Ken Cameron.

LOCURA DE AMOR
Esta película australiana nos hace pensar, hasta la mitad de su metraje, que nos hallamos ante una de las más sinceras y valientes radiografías de la intimidad femenina vistas en el cine de los últimos años. Esta “buena esposa” referida en su título original, mujer de su hogar, sin hijos, insatisfecha sexualmente por su rudo marido granjero y que se presta gustosa a iniciar en la cama a su joven e inexperto cuñado, es en realidad una persona frustrada que acaba obsesionada por el refinamiento y pericia seductora del forastero que llega a aquellas tierras a regentar el bar.
El tema no es nada nuevo, desde Madame Bovary a Ana Karenina, pero este film ambientado en 1939 viene a perpetuar la tradición romántica del “amour fou” tantas veces retratado en magistrales melodramas de King Vidor y Douglas Sirk. En ellos, la mujer que debe reprimir y controlar sus más íntimas apetencias se debate en medio de la contradicción freudiana entre el principio de placer (instinto) y el principio de realidad (cultura, normas), y cuando se atreve a violar las reglas vigentes en su entorno descubre que su opción está fatalmente abocada a un trágico desenlace.
Aquí, merced a una espléndida fotografía de James Bartle y a una acertada dirección de actores, el relato nos llega a interesar y casi a conmover si no fuera por la presencia algo caricaturesca del galán, macho presuntuoso, que colecciona damas como trofeos de caza, y por la “locura de amor” de la esposa que permanece postrada largo tiempo en su alienación sin una correlativa aportación de matices que enriquezcan la comprensión de su drama personal.
Cierto es que Del amor y del deseo sortea cualquier atisbo de moralismo artificioso y que, al menos, intenta explicar las conductas de los personajes: la falta de sensibilidad y de pericia amorosa de los varones en ese contexto rural, la búsqueda incesante de la mujer ideal por el galanteador —el donjuán como un ser permanentemente insatisfecho—; la subversión cívica y moral de ciertas conductas “liberadas” —la mujer infiel borracha en el bar o impotente en el hotel, degradada a la espera de una relación nunca consumada— o, en definitiva, el papel de las clases sociales —la última aventura del conquistador, truncada por un acaudalado marido—.
Una película, pues, repleta de sugerencias que si no alcanza una mayor relevancia se debe a la existencia de puntos débiles en su estructura narrativa. Vidor y Sirk fueron grandes no por la originalidad de sus propuestas sino por la perfección y coherencia de sus formulaciones expresivas.
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