(1) ATRAPADOS SIN SALIDA, de Richard Pearce.

THRILLER MELODRAMÁTICO
La diferencia entre un policíaco clásico y Atrapados sin salida es la misma que media entre, pongamos por caso, un genuino chuletón de Ávila y una hamburguesa de una cadena de fast food. Es la distancia que separa el original y lo consistente en la repetición acumulativa e impersonal de fórmulas preestablecidas, aunque tengan sus partidarios y produzcan beneficios económicos.
Y así, la historia de un agente que marcha al Sur para aclarar y vengar el asesinato de un compañero y se enamora de la amante del jefe de la banda, podía haberse contado con encuadres rigurosos y expresivos, diálogos funcionales, tipos humanos reconocibles y un ritmo narrativo adecuado a las exigencias de la progresión dramática. Por el contrario, Atrapados sin salida prevalece el artificio de las recetas taquilleras gratificantes a prueba de públicos que prefieren el efectismo a la profundización y las sensaciones al análisis.
Porque recetas prefabricadas y artificiosas son la utilización del star-system —Richard Gere, Kim Basinger— como generador de apariencias físicas antes que de personajes, el obligado romance y el final feliz, así como una sucesión de cliclés narrativos basados en las truculencias como son los tipos exagerados, una espectacularidad elaborada a base de planos rebuscados de persecuciones o tiroteos, un ritmo que se detiene caprichosamente o que alarga injustificadamente las escenas, la presencia de armas superdestructivas y el subrayado sonoro de una música machacona y obsesiva.
Como sucede también en temas gastronómicos o musicales, añorar el cine policíaco, de gángsters o “negro” de la época dorada de Hollywood no es una actitud reaccionaria de sacralización de la nostalgia. Es simplemente una cuestión de paladar, de oído o de retina cuando estas facultades perceptivas vienen avaladas por la sensatez y la experiencia.
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