(2) EL COLOR DEL DINERO, de Martin Scorsese.

LA PASIÓN DEL JUEGO Y EL PLACER DEL TRIUNFO
El último film de Scorsese viene a ser una continuación, 25 años después, de El buscavidas (1961), magistral trabajo de Robert Rossen, aunque ahora el protagonista encarnado por Paul Newman se dedique a traficar con alcohol y a promocionar y financiar a jóvenes talentos en el billar. La comparación entre ambas películas decanta la opción a favor de la primitiva, mucho más profunda en el estudio de personajes, de un tono más acentuadamente trágico y con una dimensión social —la mitología del éxito y la tragedia del fracaso— bastante más explícita.
Aquí Scorsese no oculta sus intenciones de realizar una obra netamente comercial aunque digna: una acertada recreación de ambientes y tipos, una dirección hábil e incluso brillante en ocasiones, una fotografía excelente de corte realista a cargo de Michael Ballhaus —un habitual de Fassbinder— y, sobre todo, una labor interpretativa destacable, más sobria en Paul Newman que en el juvenil Tom Cruise.
Tampoco es desdechable la dimensión humana de la cinta, con el progresivo afianzamiento de novel jugador frente a la decadencia del veterano, ya retirado, que finalmente vuelve a ilusionarse, se prepara físicamente y olvida el negocio para dedicarse a manejar con fruición ilusionada el taco y las bolas sobre el verde tapete. Hay en este proceso una influencia mutua: el joven adquiere experiencia a costa de perder espontaneidad y adquirir un mayor grado de corrupción, mientras el veterano se ve reflejado nostálgicamente en el primero y culmina un itinerario que le lleva a la propia estimación. Es decir, existe una inversión en la escala de valores: el vividor únicamente preocupado en ganar dinero, por el negocio de las apuestas, termina atrapado por la pasión del juego y por la necesidad moral del triunfo.
Scorsese, sin embargo, no logra perfilar de manera plenamente rigurosa y sutil esta evolución y por eso suena demasiado convencional y subordinado a recetas narrativas preestablecidas, aunque muy efectivas de cara a la taquilla: la presencia de la pareja de jovencitos con aire travoltiano, la personalidad de Newman con sus relaciones con la amante y el engaño de que es objeto por otro jugador profesional, la misma música pop de la banda sonora, etc.
Con todo, estamos ante un film bastante digno que logra guardar un difícil equilibrio entre la honestidad de planteamientos y esa dimensión mítica propia de todo producto comercial sujeta a esquemas convencionales. En este sentido, no me extrañaría que El color del dinero reforzará aún más la moda actual del billar americano.
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