(1) MOMO, de Johannes Schaaf.

LA CUENTACUENTOS
Michael Ende es autor de una literatura infantil de “calidad”, plagada de conceptos de signo progresista y dotada de una profundidad avalada por densas referencias filosóficas y sociales que, en todo caso, dejan a la imaginación del lector un amplio margen de elaboración personal.
La historia interminable constituyó una digna versión fílmica de uno de sus libros, una apología de la lectura como supremo acto de creatividad individual, forjador de universos limitados de fantasía, aventura y libertad. Por el contrario, Momo me parece un film fallido por diversas razones: los limitados medios económicos empleados —una coproducción italo-germana cuyas insuficiencias en cuanto a riqueza visual de decorados, trucajes, etc. son evidentes—; una fábula algo esquemática en sus propuestas ideológicas, con una defensa de lo natural frente a la civilización tecnocrática de “hombres grises”, una especie de ejecutivos robotizados que propugnan un consumismo pasivo, una disciplina y uniformidad prusianas y una negación del ocio creativo; y, sobre todo, una realización chata y poco inspirada que pasa de la presentación de tipos y ambientes propios de un idílico pueblecito italiano de posguerra al apocalipsis de la metrópolis postindustrial.
Si la dimensión aventurera y fantástica del film presenta sus insuficiencias, los conceptos filosóficos vertidos —el tiempo, la muerte, la Nada, etc.— pueden resultar de difícil asimilación por el público infantil, aún cuando se haya vehiculado el relato a través de la pequeña protagonista, monina y simpática, especie de hada disneyana dotada de mágicos poderes para devolver la felicidad perdida a un pueblo alienado y esclavizado por lo que suele considerarse los signos consustanciales a los tiempos modernos.
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