(1) ALGO EN QUE CREER, de Glenn Jordan.

CRISIS DE FE
Pese a la afirmación bressoniana de que “el espíritu sopla donde quiere”, lo cierto es que las rachas de cine religioso suelen obedecer a motivos menos metafísicos. Bing Crosby e Ingrid Bergman, entre otros, favorecieron la integración de los católicos en la causa bélica nacional estadounidense en los primeros años 40, y las secuelas de La señora de Fátima (1951) concidieron con la firma del Concordato de España con la Santa Sede y sirvieron de prolongación ideológica a la cruzada franquista contra el comunismo.
Ahora, voces autorizadas detectan un resurgir, especialmente en USA, de un cine con curas y monjas, lo que habría que ver si es consecuencia del puritanismo conservador de la era Reagan o si, más profundamente, responde a la crisis del materialismo y a la inseguridad que en muchos genera el racionalismo.
Sea como fuere, Algo en que creer, a través del soporte dramático del choque entre un cura acomodado y borrachín (Jack Lemmon) y un joven seminarista rebelde e inconformista (Zeljko Ivanek), se aleja de los planteamientos místicos o melodramáticos del cine religioso tradicional, para poner sobre el tapete una serie de cuestiones actuales que afectan al dogma y a la moral católica: el celibato, la homosexualidad, el papel de la mujer en la Iglesia, el autoritarismo de la jerarquía católica, el divorcio, el aborto, el apego a la riqueza, etc. Sin llegar al grado de sensacionalismo reduccionista de El cardenal (1963) de Otto Preminger, adquieren aquí un tono discursivo cuya timidez nada tiene en común con la rotunda claridad de films admirables como Los comulgantes (1963) de Ingmar Bergman, Nazarín (1953) de Luis Buñuel o El fuego y la palabra (1960) de Richard Brooks.
Las componendas y los buenos sentimientos prevalecen en la óptica de este film que ni siquiera se atreve a resolver o, al menos, a comprometerse frente a la contradicción principal: si el deber del sacerdote es conectar con los feligreses, ante una masa de fieles conservadores, de limitado nivel intelectual y con acomodaticias convicciones morales, ¿hasta qué punto el pastor de almas deberá hacer concesiones, ser diplomático, callar las crudas verdades, para mantener a su “clientela” espiritual y no ser rechazado?
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