(1) JUSTICIA SALVAJE, de J. Lee Thompson.

LA VENGANZA DEL “HÉROE”
Ahora que Alain Delon se declara admirador del ultraderechista Jean-Marie Le Pen y que Clint Eastwood nos ofrece unos films que ponen en cuestión el empleo de la violencia incontrolada, en Justicia salvaje Charles Bronson —especializado en papeles de justiciero facha— se nos convierte en héroe de “izquierdas” defensor de la causa de los Derechos Humanos en Latinoamérica.
Pero no nos engañemos, esta inversión del esquema ideológico conservador es mucho más superficial y aparente de lo pretendido. La denuncia de las torturas cometidas contra los disidentes por los regímenes dictatoriales, con la complicidad de la CIA, no responde a unos planteamientos políticos globales sino que se subordina a las exigencias comerciales de los clásicos y tópicos films de acción. Y así, casi todo se reduce a un ajuste de cuentas particular entre el protagonista y el malo de turno, un doctor experto en torturas al servicio de los dictadores que combaten la “subversión”.
El oficio de J. Lee Thompson poco puede hacer para salvar un guión plagado de situaciones efectistas y convencionales, tributarias de un género degradado que aquí no puede trascender el feroz individualismo —esa capacidad innata para el asesinato— para analizar las verdaderas causas y soluciones de los conflictos planteados, y que mete a presión al personaje de la chica, viuda de un amigo periodista torturado y asesinado, absurdamente indecisa entre sus deseos de venganza y sus escrúpulos morales ante los procedimientos expeditivos de Charles Bronson.
No puede dudarse de la eficacia comunicativa de películas como ésta, sustentada en unos mecanismos emocionales que prenden fácilmente en el ánimo del espectador. Lo que sucede es que estos mecanismos, puramente irracionales, lo mismo pueden servir para que el público jalee al “héroe” cuando elimina al villano de turno como para que le aplauda cuando se carga a un marginado social o a un delincuente. Peligrosa pendiente deslizante…
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