(0) RAMBO: ACORRALADO, de George Pan Cosmatos.

MÁQUINA DE MATAR
Desde el principio —Rambo condenado a trabajos forzados— hasta el final —el héroe victorioso recibe reconocimiento público— hay todo un significativo itinerario, inscrito en el contexto del “rearme moral” de la era reaganiana: la redención individual por servicios prestados a la patria, plasmación de un subconsciente colectivo que desea igualmente redimirse de la humillación sufrida con la derrota de la guerra de Vietnam.
No se trata, pues, de aliviar un sentimiento de culpa, mediante la autocrítica, por la injusticia cometida, sino de recuperar el “orgullo” de ser estadounidense, de saberse ciudadano de la nación más poderosa del planeta, es decir, la dotada del mayor potencial bélico destructivo de la Tierra.
Griffith descubrió a principios de siglo cómo vehicular los resortes psicológicos a través del lenguaje fílmico y los géneros cinematográficos de acción llevaron a sus últimas consecuencias los mecanismos de identificación del público con el protagonista, una vez hecha la división maniquea de los personajes en buenos y malos.
Pero las fabulosas recaudaciones de Rambo: Acorralado (1982) en USA convierten la película en un fenómeno sociológico digno de atención e incluso en una muestra de cine político de signo fascista que viene a continuar y a potenciar los procedimientos y las tesis de la nefasta Boinas Verdes (John Wayne, 1968).
Y así, la excelente fotografía de Jack Cardiff y la funcional música de Jerry Goldsmith no van dirigidos al logro de un buen film de género, sino que se subordinan a la eficacia de su mensaje político: lavar la mancha al honor nacional causada por la derrota en Indochina. Para ello toda clase trucos, convencionalismos, falsedades y efectismos son válidos: la caracterización del superhéroe solitario, musculoso, valiente, patriota, portador de un arsenal altamente destructivo que nunca falla; la increíble aparición de una guapa chica en medio de la jungla; la poca verosímil presencia de soldados soviéticos; la liturgia con que el protagonista se prepara para la acción mortífera…
La misión original de averiguar el paradero de unos soldados desaparecidos es alterada por Rambo, en contra de toda norma de Derecho Internacional e incluso de las instrucciones del poder político USA, por la de rescatarlos y devolverlos a casa a costa de aniquilar todo ser vivo. De una vida civil humillante, como preso común, pasa a la gesta militar victoriosa, o sea, la matanza sangrienta.
La basura está servida: un público culturalmente mediocre aplaudirá las hazañas del moderno e invencible superhombre, que desembocan en un final apocalíptico a base de helicóptero capaz de destruir a todo un ejército enemigo. Es la culminación de la estética y de la ética de los subgéneros. La total deshumanización de Rambo y la exaltación de lo irracional cumple así una función de catarsis social: sublimar la agresividad y las frustraciones cotidianas del ciudadano. Por eso los superhéroes aparecen en épocas de crisis. Por eso aparecen en su momento los Hitler, los Mussolini y los Rambo.
En el patio de butacas, aplausos, sí. Pero también reticencias, bromas y un cierto distanciamiento. ¿Quizás el mensaje agresivo y patriotero del film resulta demasiado burdo y grosero?
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.