(3) LIANNA, de John Sayles.

AUTONOMÍA SENTIMENTAL
Hasta la década de los 70 las pantallas no pudieron mostrar de forma explícita las relaciones homosexuales. Recordemos, por ejemplo, las veladas alusiones al tema que hacían films como La calumnia (1961) de William Wyler o De repente, el último verano (1959) de Joseph L. Mankiewicz. Con la conquista de mayores cotas de libertad de expresión, y centrándonos ya en el lesbianismo, la cuestión tomó dos direcciones divergentes: por un lado el género pornográfico y por otro la consideración romántica e idealizada, aplicable tanto a las exquisiteces visuales de un David Hamilton como a la mayoría de panfletos feministas simplificadores en los que frente a la maldad intrínseca del macho, cuando no por estupidez, se erigía como alternativa el nirvana sáfico.
Por todo esto destaca sobremanera Lianna, uno de los films más maduros, serenos y complejos que hemos podido ver, partidario de la plena libertad de opción de la persona —la casada que abandona el hogar, con marido e hijos, para unirse a otra mujer— pero también realista, sin optimismos infundados, a la hora de mostrar los problemas que la nueva relación va a plantear —prejuicios sociales e intolerancia en un contexto provinciano, inconvenientes laborales, conflictos familiares, etc.
En este sentido, la película se caracteriza por la cantidad de información y riqueza de matices que proporciona al espectador en torno a ambientes, tipos, situaciones y reacciones psicológicas, que van desde la inicial crisis matrimonial y la decisión de la esposa de asumir su propia autonomía, hasta la fascinación e intensidad amorosa de sus primeras relaciones lésbicas, mostradas sin falsos pudores pero también sin exhibicionismos gratuitos, para acabar de nuevo con la crisis, los celos, el sufrimiento y, en definitiva, la soledad.
Una magnífica dirección de actores y una narrativa sobria y funcional, sin caer en ningún momento en sentimentalismos de corte melodramático, hacen de Lianna una película destacable y muy recomendable.
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